El escenario de protestas, disturbios, diferendos jurídicos y violaciones sistemáticas a la ley que ha prevalecido luego de las cuestionadas elecciones presidenciales en Venezuela, sumó esta semana un hecho insólito: el mandatario Nicolás Maduró arremetió en contra de la red social WhatsApp, a la que calificó de ser instrumento para amenazar a militares, policías y líderes comunitarios de su país.
En una arenga fogosa e incendiaria, como las que acostumbra pronunciar cuando se asume como presunto agraviado, instó a los venezolanos a eliminar la plataforma de manera "voluntaria, progresiva y radical", porque, desde su perspectiva, hay una clara pretensión de las redes sociales de "deslegitimar el poder de la revolución bolivariana".
Este pronunciamiento, en un país donde 9 de cada 10 usuarios de Internet utilizan WhatsApp, anticipa que pueden empezar a establecerse medidas regulatorias más agresivas para silenciar las voces de inconformidad que han aumentado en las últimas semanas. Recordemos los señalamientos de organismos internacionales contra el régimen chavista desde hace dos décadas por censurar la libertad de expresión.
Las desafiantes palabras de Maduro contra la "app" propiedad de Meta ("Yo voy a romper relaciones. Es necesario hacerlo. Fuera WhatsApp de Venezuela"), y el llamado a los venezolanos para emigrar a Telegram y WeChat, supone que se le confiere al medio una poderosa influencia en el cambio del comportamiento de la gente. Pero, ¿acaso el medio sigue siendo el mensaje, como lo acuñó el canadiense Herbert M. McLuhan en su libro "Comprender los medios de comunicación: las extensiones del hombre", publicado en 1964? ¿O se trata solo de un instrumento más que adquiere y pierde impacto según la confección y pertinencia de lo dicho?
Confieso que, al principio, la frase "el medio es el mensaje" me parecía una sentencia ingeniosa pero simplona, porque subrayaba la poca relevancia de fijarse en los contenidos, o la idea de que el verdadero impacto de los mensajes depende del medio de comunicación por el que se transmiten. Tal vez bajo esa lógica (acomodaticia, por supuesto), Nicolás Maduro prefiere censurar al medio —en este caso la red social WhatsApp—, dado su amplio alcance y uso, en vez reparar en el origen y significación de los contenidos enviados.
No obstante, la sentencia tomada al pie de la letra es a todas luces falsa si se le concibe como el impacto que tiene un medio en la sociedad. Hay que profundizar en varios aspectos de este enunciado para desentrañar sus connotaciones: el contexto en el que fue escrito, los intereses del autor, sus líneas de investigación, su concepción del mundo, su horizonte histórico, entre otros. Quizá después podamos ir más allá de la interpretación simple y obvia de la frase; quizá hasta entonces podamos superar la interpretación poco menos que maniquea o reduccionista.
Tengamos presente, por ejemplo, que McLuhan era un pensador del espacio, y a su espacio lo nombró de manera muy específica el medio, el ambiente que habitamos, donde nos movemos, donde producimos sentido, donde nuestros mitos adquieren significado. Visto de esta manera, cobra sentido aquello de que el "medio" es el mensaje. No estamos hablando de dispositivos tecnológicos, evidentemente.
Así lo ejemplificó el propio McLuhan en un texto de 1978 (Multi-Media: The Laws of the Media): "a lo que se refiere la frase ´el medio es el mensaje´ no es al automóvil, sino al intrincado fondo de servicios que son engendrados por el automóvil; por ejemplo, las carreteras y caminos de asfalto, las señales de tráfico, los seguros para automóviles y todo el mundo del aceite y la gasolina, la mecánica y las partes automotrices, así como los motores y la fabricación de automóviles en general".
Queda claro que su reflexión no tenía que ver con una herramienta, la radio, la televisión, una red social, sino con el influjo del entorno y la realidad en el comportamiento de las personas y en el modo mismo de habitar el mundo propio de lo humano.
En conclusión, aunque Maduro se empecine en censurar WhatsApp por ser instrumento de lo que él llama fanatismo fascista, no podrá evitar que el mensaje del "medio" (protestas que asolan la paz pública, pobreza, desconfianza social, inseguridad, violencia) resulte ensordecedor para sus oídos y un desafío a sus ansias de poder absoluto.