Quizá pueda parecerles una exageración, pero las personas que he de enunciar aquí, todas son protagonistas de una sorprendente historia. Escribir y relatar algo percibido a través de los sentidos en el Circuito de Guelatao, en Villahermosa, puede ser muy agradable, entretenido y hasta emotivo. Pero haber convivido con muchas de ellas, te trasladan en el tiempo a un pasado extraordinario, propios de una inexplicable novela, una experiencia admirable que trataré de refrescar en estas líneas.
Para muchas personas, si no es que para todos, evocar los años remotos de su infancia, pubertad o adolescencia, suele resultarles emocionante o nostálgico en algún momento de la vida. En esta ocasión, con el alma quisiera contárselas con la inteligencia y habilidades literarias de un gran escritor que no soy, para poder trasmitirles las emociones que me provocan los recuerdos de mi vivencia y de quienes tuvimos esa oportunidad de vida, al habernos encontrado en igualdad de circunstancias, en este entrañable barrio.
Enclavado en el mismísimo centro de la ciudad de Villahermosa, El Circuito de Guelatao me viene a la mente que pudo haber nacido con la mismísima San Juan Bautista, en lo que pudiera ser la margen de la ciudad o cinturón de los pobres de la capital tabasqueña. Este barrio pintoresco en la actualidad, y único en la ciudad, está enclavado en la intercepción de las calles de Ignacio Zaragoza y Francisco Javier Mina. Ee extiende sobre la prolongación de Zaragoza, hasta unirse en una cuchilla con Narciso Mendoza, atrás de la quinta Grijalva, frente al campito, donde hoy se encuentra al descubierto la laguna de Karmito, como popularmente se le conoce.
El barrio en su interior llegaba a cruzar hasta la calle Dos de Abril, tenía salidas a la subida de Abasolo, hoy Mina; del campito nuevamente se elevaba hasta donde hoy se encuentra la clínica número 39 del IMSS, en ese campo se levantaban árboles frondosos de mangos y se ocupaba para jugar béisbol, hasta rayar con el final del Dos de Abril, frente a los pozos de los aguadores, donde hoy se ubica la Plaza Moret, sobre la avenida Méndez a un costado del Diario Presente.
En el campito, donde solíamos jugar pelota los plebeyos, parte de él eran pantano tupido de popales; en ese sitio, una marcha de estudiantes en 1968 fue interceptada por la policía, durante la represión algunos estudiantes intentaron escapar por el pantano. Cuentan los más viejos que varios ahí desaparecieron, otros corrieron y fueron protegidos por los vecinos del Circuito. Los uniformados que se atrevieron adentrarse en el barrio fueron recibidos y descalabrados con piedras desde los techos de láminas del caserío.
Los asentamientos en su interior que viene en paralelo con la prolongación de Zaragoza hasta donde termina la hondonada, era una cañada de donde mayores recuerdos guardo. Ahí vivieron el Zapo, Cabeza, la Pea, los Gavilanes, el Trapo, la Señorita, Chila la mujer del sastre, todos personajes singulares. También, don Cicerón, el Cangrejito, el Papitas, San Tachos -quien se asemejaba a un pistolero con el brazo encogido por una quemada que debió haber sufrido en su infancia-, parecía un pistolero del viejo Oeste en duelo y su hermano el Tuercas. Otros: Mello, Agustín, la mayoría de ellos aún chamacos; Juan el luchador, Bucho, el Tintas, el Chico Che, los Chombos, doña María Buchonga, Sheba, Julia la mamá de Domingo, Miguelito, Beto y Juan José el más pequeño, triste recuerdo de su lamentable muerte. Paco el Chombito andaba con el cuando ocurrió la tragedia.
Como algunos se darán cuenta, muchos son los personajes e historias que faltan, en otra entrega les seguiremos enumerando, aprovecho para darles mi correo (ernesto_hdezr@hotmail.com) para quienes deseen dar a conocer alguna anécdota, o quieran contribuir con esta columna.