PASA NACHO por la casa para traerme hoy en venta una guanábana. En meses anteriores, de temporada alta, trae varias, cuatro o cinco. Y se las compro. ¿En cuánto Nacho? Me refiero a la de hoy. Me dice "es grande esta. Deme ciento veinte pesos. No. Ciento cincuenta". Y se ríe. Siempre nos ponemos de acuerdo. Nacho es plomero especialista, pero le hace de todo. De carpintero, electricista, albañil. Y cuando todo este trabajo escasea y llueve, entonces pasa en su moto brillante Itálika, impermeable amarillo, vendiendo pan dulce y de sal.
¿Y CÓMO LE HACES, Nacho, para que tu árbol de guanábana sea abundante para la cosecha, y siga aun produciendo cuando ya pasó la temporada? Nacho se ríe a carcajada libre. Y me dice, a bajo volumen, su secreto: "hay que hacer carne asada. Y echarle la ceniza de las carnes asadas, ya fría, en su raíz. Mucha ceniza. Así que mucha carne asada. Y más importante, lo principal, es colgarle de sus ramas y de su tronco sartenes viejos, de aluminio y de peltre. Y decirle que para eso sirve, solo para ser colgadera de vasijas. Y por pena, a los pocos meses empieza a sacar sus flores. Y de allí no para de dar su fruto abundante. Pero bueno, por la asesoría hortícola no le voy a cobrar", me dice. Y nos reímos a carcajada suelta.
YO TENÍA A LA VISTA de todos una moto vieja Yamaha. "¿Me la vende, Profe?" No, Nacho. No es mía. Y a los cinco o seis meses me volvía a preguntar lo mismo. Y mi respuesta negativa fue invariable. Preguntaba para sacar plática. O para motivarme y la mandara arreglar. Cierto. La moto me estorbaba. Pero tenía mi querencia porque en ella habían paseado mis hijas. Y en efecto, una de ellas ahorró para comprarla hace unos quince años.
OYE, NACHO. ¿Quién te arregla la moto a ti o le da mantenimiento?, le pregunté una tarde ya fastidiado de sus pretensiones para comprar la que yo tenía ya casi para fierro viejo, pero digamos, como de colección. Por cierto, pasaban los de la basura y se le quedaban viendo. Y pasaba el comprador de planchas, climas y refrigeradores viejos. Estos hasta se quedaban unos diez minutos frente a mi casa con el ojo echado a mi motoneta azul rey, Yamaha modelo 2000. Y con el anuncio a todo volumen de "compramos fierro viejo, latas de aluminio, planchas, climas, estufas y refrigeradores viejos", en espera de que yo saliera.
UN DÍA ME ATREVÍ a preguntar de cuánto me darían. Ocho pesos por kilo, me respondió el muchacho largo, moreno, frotándose las manos. Y mañana va a estar el precio de compra en cinco o seis, me advirtió. Porque a veces baja, según la bolsa de valores. Sí, aunque no lo crea, el fierro cotiza en Nueva York, Walstrit. Dijo ufano y conocedor del mercado mundial y los vaivenes de la bolsa. "Entonces esperaré a que suba", le respondí ocioso.
EL QUE ME LA ARREGLA es Nato, un vecino, me dijo Nacho. No cobra caro y siempre hace trabajos garantizados. Además no toma ni fuma. Él es el que me compone la moto y afina. "Ah, pues dile que la venga a revisar", le pedí. Quien quita y ya por fin quede arreglada para andar echando mi rol por la colonia.
A LOS DOS DÍAS vino Nato, el mecánico de motos. Platicamos un rato. Y se la llevó rodando, manejada por su hijo, y jalada por la moto de él, con una calcomanía de la Harley Davison 440, made in Germany o Usa, ya ni sé dónde. Me dijo. Y me aclaró que no es de él. Qué la andaba probando. Y que le había pedido permiso al dueño para hacer el arrastre.
HACE DÍAS LE PEDÍ a Nacho que pasara a preguntar por la moto en reparación. Y hoy que vino me trajo una buena noticia. Es solo el carburador que no sirve. Se dañó por dejarle gasolina y no usarla. Se pudrió. Ya trató Nato de conseguir uno, pero no lo hacen ya, porque son motos muy vieeeeejas. Pero en la Yamaha le dijeron que le queda bien un carburador de la marca Vento. Que son iguales. Que sí le sirve. Que le hable por teléfono.
NACHO TIENE UNOS 55 años. Su vida ha sido el trabajo en esos ramos de los que aludo. Cuando platico con él no habla mal de nadie. Me cuenta de algunas de sus experiencias, de su familia. De su trabajo en compañías de las que hacen muchas casas en fraccionamientos nuevos. De casa en casa instala lo que tiene que ver con agua y drenaje. Para eso tenía varios ayudantes. Tengo su número de teléfono: Nacho, tengo una gotera. Y raudo viene Nacho. Nacho hay que cambiar una llave. Y raudo viene Nacho. Nacho, viene el invierno y necesito que instales un boiler.
Y VIENE NACHO como un Superman para arreglar los desperfectos. Pero claro, a veces anda en otros trabajos. Y me lo dice, si no me urge mucho. "Voy la semana que entra, profe. Ando en la colonia Guacamaya".
EN ESTOS DÍAS de lluvia en Tabasco vende pan. "Ya llegó su panadero con el pan, profe", me dice. Y le compro unas cinco piezas para acompañar con el solitario café.
PROFE, UNA PREGUNTA: ¿para qué existimos? "No lo sé, Nacho", le respondo perplejo. "¿Cómo?, ¿acaso eso no lo enseñan en la escuela? Entonces ¿qué es lo que enseñan, si no es para que sepamos qué cosa es la existencia humana? Entonces la escuela no sirve", concluye rotundo Nacho. Y se va riendo. Y yo me quedé pensando en esta su pregunta. Buen tema para escribir. ¿Y el café?