A contrapelo -y pese al sentir de muchas compañeras y compañeros que repudiaron lo que consideran un regreso sin gloria- yo no dudé en saludar y celebrar la decisión de Marcelo Ebrard de mantenerse en las filas de Morena. Nada hay más humano -al fin de cuentas- que equivocarse y corregir el rumbo.
Un acto de congruencia y de realismo político de su parte, me pareció, el que decidiera dejarse de devaneos y apostara, nuevamente, por la continuidad del proyecto de Transformación por el que, al lado de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, luchó durante tantos años.
Que antepusiera por fin principios y convicciones a su ambición personal restó importancia, a mi juicio, a sus inaceptables coqueteos con la oposición. Tenerlo al lado con todo su talento y su experiencia, pensé, es siempre mejor que tenerlo en contra.
No es que lo considerara un peligro; quien se va de Morena se va sin nada. Quien, habiendo sido de los suyos, le da la espalda a López Obrador -el Presidente con más aceptación ciudadana de la historia- se inmola políticamente.
Aunque un dirigente de su talla debe ser siempre bienvenido toca, a mi juicio y sobre todo después de escuchar sus declaraciones a la prensa, decirle: así no Marcelo.
No se puede volver a la casa de la que te fuiste -no sin antes insultar a quienes en ella habitan dinamitando el único puente, que, para tu regreso, se ha tendido.
Sorprende que un ex Canciller de la República que tantos y tan señalados servicios hizo a la misma actúe con tanta altanería y que un político con tanta experiencia sea incapaz de operar con tiento y delicadeza.
Pretendió Marcelo Ebrard, en su regreso al partido al que endilgó epítetos feroces, abrirse paso a patadas en lugar de restaurar heridas, de restablecer vínculos, de ganarse de nuevo la confianza de dirigentes y militantes a los que ofendió pública y reiteradamente.
La obsesión de estar en la boleta enferma por lo visto al más pintado.
A sumar y no a dividir le estuvieron llamando insistentemente sus compañeros de lucha y de gobierno. Sin responder jamás sus agravios -que fueron muchos- López Obrador, Claudia Sheinbaum, Mario Delgado, le trataron siempre como compañero y generosamente le tendieron, una y otra vez, la mano.
Lo vuelven hacer incluso ahora sin dejar, eso sí, de hacer precisiones indispensables que tienen que ver con la normatividad interna de Morena y con los principios éticos sobre los que descansa la 4ª Transformación.
"No puede ser -dijo Claudia a propósito de las aspiraciones de Marcelo- la segunda fuerza, ni la tercera fuerza, ni la cuarta fuerza porque Morena somos una sola fuerza; un solo movimiento y representamos el anhelo del pueblo de México".
Volver a la lógica perniciosa de tribus y corrientes, propia de esa izquierda tradicional formada por "profesionales de la derrota", sería un crimen y un suicidio para Morena: traicionaría así al pueblo al que se debe y, convertida en botín que entre caciques se disputan, desaparecería.
Imperdonable sería no luchar todas y todos juntos, como un "puño que golpea las tinieblas" que diría Gabriel Celaya, para ganar abrumadoramente la Presidencia, el Congreso, las gubernaturas y alcaldías en juego.
De continuar, consolidar, profundizar -con Claudia Sheinbaum en la presidencia- el legado de Andrés Manuel López Obrador y la Transformación pacífica, democrática y en libertad de México y no de disputarse un puñado de cargos se trata.
¿Ser una fuerza qué, desde dentro, carcome a otra fuerza? ¿Trabajar para estar en la boleta del 2030 en lugar de luchar junto a Claudia?
Un dirigente como tú -tendríamos que decirle- siempre será bienvenido; esta es tu casa, tú ayudaste a construirla, pero así como quieres, así no Marcelo.