*La ruptura con un viejo régimen que se niega a desaparecer
*En contraparte: la resistencia permanente y la vocación de cambio
*La izquierda y los partidos: unidad, división, dispersión y crisis
DOS DE OCTUBRE, una fecha de gran simbolismo para la historia contemporánea de México. Día de la dramática y brutal expresión del autoritarismo en México, es también ahora motivo de celebración por quienes de alguna forma son o deberían ser herederos de aquel movimiento. De 1968 a 1988 transcurrieron veinte años para que aquella rebelión estudiantil se expresara en una propuesta electoral con capacidad de disputarle el monopolio del poder al Partido Revolucionario Institucional (PRI), con el denominado Frente Democrático Nacional.
Tuvieron que transcurrir 50 años, medio siglo, de aquella heroida aún no cicatrizada para que en 2018 otra organización del descontento ya convertida en un gran movimiento social lograra el reconocimiento de su mayoría avasalladora de votos.
HERENCIAS Y DESAPEGOS
PARA algunos historiadores, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), anunciado como un “movimiento social y político” el 2 de octubre de 2011 pero registrado como partido en julio de 2014, forma parte de una corriente de organizaciones reconocidas como “de izquierda”.
De hecho, en los antecedentes de la agrupación fundada por Andrés Manuel López Obrador se encuentran varios líderes del movimiento de 1968, destacadamente el ingeniero Heberto Castillo Martínez quien al salir de la cárcel donde fue recluido por su actividad opositora fundó la Comisión Nacional de Auscultación y Organización (CNAO), que dio origen al Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT). Otro sector reformista de la CNAO dio paso al Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que luego se transformó el Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional aprovechando la coyuntura de los votos obtenidos por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988.
El ingeniero Castillo, congruente con su posición política, participó en la coalición con el Partido Socialista Unificado (PSUM, heredero del Partido Comunista Mexicano) que desembocó en la creación del Partido Mexicano Socialista. En este proceso de unidad de las izquierdas surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD), cuyo primer dirigente en Tabasco fue López Obrador. Pasaron dos décadas para que las contradicciones entre un PRD copado básicamente por los ex del PST (Los Chuchos) y AMLO terminaran en una ruptura de la que nació Morena.
Son algunos de los vasos comunicantes del movimiento lopezobradorista y el movimiento estudiantil de 1968. Aunque obviamente la historia de las izquierdas mexicanas viene de muy lejos –por lo menos de mediados del 1800-, y tiene manifestaciones diversas y contradictorias.
INCERTIDUMBRE, NUEVA ETAPA
EN UNA colaboración anterior (Morena: en busca de tener identidad y ser partido; movimiento social en camisa de fuerza, 28 de septiembre), le comenté que esta organización entraba a partir de asamblea nacional reciente en una nueva etapa que la tendrá que definir como un partido, porque aún no lo era. No basta el registro, y así lo han reconocido miembros distinguidos de esta agrupación.
Esta nueva etapa también llevará, me parece, a determinar qué hace como el “movimiento”, que en realidad son las muy variadas expresiones políticas y de activismo social. Quizá estemos a las puertas del surgimiento de otro partido de izquierda como sucedió en el 1989 y en 2013-2014. Lo cierto es que la avalancha electoral del 2018 puso de manifiesto la crisis de los partidos políticos de todo signo en el país.
En los foros previos a la más reciente asamblea nacional de Morena se planteó la eliminación del término “partido de izquierda” en los documentos básicos de esta organización. Un tema que falta por ahondar.
MEMORIA HISTÓRICA
MÁS ALLÁ de la conmemoración formal, el 2 de octubre de 1968 y el movimiento estudiantil de la época, ha sido testimoniado y examinado por ensayistas, historiadores, narradores, poetas, académicos, periodistas y politólogos, entre otros. Hay una larga lista de obras que describen, analizan o documentan una de las más sangrientas tragedias nacionales; seguramente se continuará examinando un hecho que marcó el final de una época en el régimen de partido único, aunque no el término de este tipo de sistemas.
El más conocido, citado e imprescindible es el libro de Elena Poniatowska, “La noche de Tlatelolco”; también “Los días y los años”, de Luis González de Alba. Un análisis siempre referido es “México, una democracia utópica”, de Sergio Zermeño, al que se agrega el de uno de los protagonistas, Gilberto Guevara Niebla, quien publicó “La democracia en la calle. Crónica del movimiento estudiantil mexicano”.
También en la línea de la reflexión y el análisis se ubica “La presidencia imperial”, de Enrique Krauze; combinación que complementa con testimonios y crónicas Carlos Monsiváis en “El 68. La tradición de la resistencia”. Este autor, junto a Julio Scherer, también publicó “Parte de guerra”, con documentos de los archivos militares.
Necesario para entender la intervención de los servicios de espionaje de Estados Unidos en aquellos acontecimientos es “El 68, los estudiantes, el presidente y la CIA”, de Sergio Aguayo. Mucho se ha escrito y está por hacerse para evitar que siga el manto de la impunidad. (vmsamano@hotmail.com)