Quien hubiera pensado que un tuit podría costar millones de pérdidas en acciones. Muchos han disfrutado que Eli Lilly perdiera 14 mil millones de pesos en un día tras anunciar que la insulina será gratis y que Lockheed Martin perdiera 5% del valor de sus acciones por anunciar que dejaría de vender armas a Israel, Estados Unidos y Arabia Saudita. Pero estas empresas, entre las más importantes de su sector a nivel mundial, sólo sufrieron los efectos de la suplantación de cuentas en Twitter.
Hasta antes de que Elon Musk comprara la compañía, Twitter verificaba la identidad de cuentas de empresas o figuras públicas destacadas, pero con la opción de pagar 8 dólares mensuales por la palomita azul de verificación se desató una situación en la que miles de cuentas de pago "verificadas" se hicieron pasar por Elon Musk, Joe Biden, George W. Bush y hasta el mismo Jesucristo. Esta opción solo se implementó dos días hasta este momento en que las empresas de todo el mundo que tienen cuenta o tratos comerciales con Twitter están en alerta y muchas están considerando retirar su publicidad.
Resulta paradójico que los intentos por monetizar esa red, famosa por la pluralidad y a veces virulencia de las opiniones de sus usuarios, derivara en una explosión de cuentas falsas, que era justo lo que criticaba Elon Musk. El magnate ha sido criticado también por los despidos masivos de empleados, algunos de los cuales se ha solicitado que vuelvan al equipo, mientras la compañía ha incurrido en un costoso error que en poco ayuda a superar sus problemas económicos, mientras sigue latente la posibilidad de que entre en bancarrota.
Lo sucedido nos recuerda una de las lecciones básicas de la economía y es que todo su sistema se basa en la confianza. Sin la confianza de que los billetes o monedas que usamos sirven para comprar porque los demás también respetan su valor convenido, éstos pasarían a ser inútiles papeles. Perder la confianza en una persona, en una empresa, en sus decisiones o capacidad para pagar puede tener serias repercusiones económicas.
La confianza tiene un valor que va más allá del puramente económico, porque también es la base del sistema democrático. La economía y la democracia no son sistemas separados, sino complementarios entre sí. Los inversionistas de un país se animan a participar en la bolsa o a invertir en diversos países, pues confían en que pueden hacer valer determinados derechos, aunque sea del otro lado del mundo, porque ahí hay gobiernos democráticos que se los reconocen.
Elon Musk llegó a Twitter como un pretendido paladín de la democracia, supuestamente a combatir la censura y a evitar la distorsión de la discusión pública al eliminar cuentas falsas. Irónicamente, el intento de monetizar la confianza en la verificación resultó en la proliferación de apócrifos, lo que socava las bases del diálogo.
El diálogo es otro de los pilares de la democracia, que pasa días complicados a pesar de que existen medios para debatir distintos puntos de vista como nunca antes en la historia de la humanidad. Tras más de una década de auge de las diversas redes en Internet ha quedado claro que contar con esos medios parece más bien haber abonado a la estridencia, el insulto, la descalificación, porque por una parte es muy fácil hacerlo cuando no es obligatorio identificarse, pero también resulta que revelar la identidad o la ubicación es de lo más riesgoso en Internet. Pueden encontrarse personas que comparten información y puntos de vista muy valiosos, pero también una inmensa cantidad de sujetos dedicados a molestar o hacer daño de cualquier modo posible.
Mientras continúa la interrogante sobre si Twitter sobrevivirá su crisis económica y de credibilidad, siguen sobre la mesa del debate público las implicaciones de las plataformas masivas de comunicación en la democracia, así como los límites a la libertad de expresión en esas redes. Mientras para algunos como Elon Musk solo debería aclararse cuando una cuenta es de parodia, otros (muchos jueces incluidos) estiman que sí debe evitarse y en su caso imponer sanciones cuando deliberadamente desde las redes se emiten mensajes con la pura intención de manipular la opinión de los electores.
En todo caso, mientras los ciudadanos seamos incapaces de elevar el nivel de debate, de discutir sobre ideas más que sobre personas, de intercambiar sin insultar o al menos tratando de sustentar lo mejor posible nuestras ideas, parece difícil que pueda mejorar el diálogo colectivo. Una situación que tiene repercusiones en lo social y seguramente también en lo económico, aunque de formas tan sutiles que quizá ni siquiera nos damos cuenta.