En México se conmemora hoy el Día Nacional de Libro, instituido hace 41 años para honrar el natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz, mujer de grandes proezas intelectuales, figura entregada a los libros y defensora del derecho a leer. Para poner en justa dimensión su grandeza, conviene recordar que al primer tomo de sus obras, publicado en Madrid en 1689, se le llamó “Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz”.
Amado Nervo, con su obra “Juana de Asbaje”, hizo encender la chispa del reconocimiento en México de esta célebre poetisa, a quien calificó como la luz y la poesía de la época colonial, “una de las más extraordinarias mujeres que han pasado por nuestra raza”.
Para Octavio Paz, según su ensayo “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, nuestra autora gozó de una gran destreza dialéctica y su poesía, pese al paso de los siglos, ha dejado de ser una reliquia histórica para convertirse en un texto vivo. Es lo que ocurre con algunas obras; por lo general, sobreviven a sus lectores y al cabo de muchos años otros las disfrutarán con sistemas de lectura e interpretación diferentes. “Sor Juana en su mundo y nosotros en su mundo”, decía Paz.
Así la retrató Mónica Lavín en “Yo, la peor”, novela polifónica que mereció el Premio Iberoamericano 2010, en la cual se tejen elementos y personajes históricos y ficticios para rendir tributo a una de las mayores figuras letradas del barroco novohispano, emblema de la mujer inteligente, culta, que se rebela con el instrumento de la palabra.
Digna conmemoración la de hoy, no solo para evocar la vida y obra de la talentosa escritora oriunda de Nepantla, sino también para recordarnos que el libro trasciende a la modernidad, aprovecha para sí los nuevos soportes electrónicos y continúa vigente como el instrumento de transmisión cultural más importantes en la historia de la humanidad.
Cuando Octavio Paz recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1990, hizo una interesante apología a los libros, a sus libros, principalmente a los de la infancia, a los de estampas, los de historia, aquellos que hojeados con avidez le proveían de imágenes: desiertos y selvas, palacios y cabañas, guerreros y princesas, mendigos y monarcas. En buena medida, si el mundo es ilimitado, el libro siempre lo pone al alcance de la mano.
En días como este, la invitación podrá parecer obvia, pero no por ello bizantina, sino todo lo contrario, primordial: acerquémonos a los libros, incluso en los momentos de mayor aflicción, ya sea para nutrir el saber o encontrar en ellos un bálsamo en medio de nuestra angustiada vida. Tengamos presente que un autor no leído es un autor víctima de la peor censura: la de la indiferencia.
Fue Sor Juana quien, en referencia a la importancia de tener en las manos un texto para adquirir conocimiento, dijera alguna vez: “No me han dejado de ayudar los muchos libros que he leído, así en divinas como en humanas letras”.
Qué inspiradora expresión para quienes vivimos en Tabasco, tierra del trópico húmedo que ha sido cuna de prolíficos poetas y escritores, donde paradójicamente no se lee mucho y buena parte de quienes lo hacen entienden poco. Por lo mismo, nunca serán suficientes los esfuerzos para dejar atrás el sombrío panorama de la falta de lectura, tan sombrío que, de no hacer algo desde las esferas pública y privada, el fantasma de la sociedad sin libros que nos perfiló Ray Bradbury en su novela distópica “Fahrenheit 451” tocará a nuestra puerta más tarde que nunca.
Por ahora, vaya una felicitación a quienes, leyendo, dan un soplo de vida a uno de los mayores “artefactos intelectuales” creados por el ser humano: el libro.