Los Reyes Magos son una tradición celebrada cada año en casi toda Latinoamérica, aunque cada vez más desvirtuada por el consumismo. Júpiter, Saturno y Marte en conjunción triple bajo la bóveda celeste y con las noches más largas del solsticio de invierno, se convierten en un solo astro de intenso brillo sobre Belén en las Montañas de Judea y guían a los Tres Reyes de Oriente. Regiamente ataviados y montados en un camello, un caballo y un elefante, han emprendido un largo viaje desde diversas partes del mundo para adorar al Niño Jesús, cargando regalos para el recién nacido: oro por ser rey, mirra por ser hombre e incienso por ser eterno.
Los reyes simbolizan a los primeros gentiles convertidos al cristianismo. Esta celebración del 6 de enero se remonta a los primeros años de la evangelización en el Nuevo Mundo. Según la tradición, son ellos quienes traen regalos a los niños; pero en la realidad, somos más de 21 millones de padres y madres de familia, que haremos magia para cumplirle a más de 25 millones de niños de entre 0 y 11 años de edad, casi un quinto de toda la población del país. Pero esta vez habrá más reyes y niños ausentes, ni habrá regalos para todos. Para otros, muchos más aún, será un día cualquiera.
Se calcula que alrededor del mundo unos 11 millones de niños han perdido, al menos, a uno de sus padres, abuelos en funciones de padres o tutores, como consecuencia de la pandemia del COVID-19, lo que los expone a mayores riesgos de salud física y mental, y hasta de abusos. En México, más de 140 mil menores de edad han perdido a su cuidador principal en lo que va de la pandemia, y tristemente más de 1,200 infantes contagiados, partieron y entristecieron a miles de familias. Por otro lado, la organización de defensa de los derechos de la niñez, Save the Children, ha reportado unos 2 mil niños y adolescentes asesinados en nuestro país durante los últimos años de violencia. Así mismo, más de 11 mil menores fueron ingresados a hospitales por violencia intrafamiliar y más de 20 millones viven en la pobreza.
Otro dato preocupante y aterrador, es que México ocupa uno de los primeros lugares en abuso sexual infantil en el mundo, 4 de cada 10 delitos son cometidos en contra de menores y casi 3.5 millones deben dejar atrás la escuela y su infancia para trabajar y contribuir con el gasto familiar en condiciones de neoesclavitud, maltrato y explotación infantil. La niñez mexicana enfrenta entornos cada vez más difíciles dentro y fuera del hogar, por la pandemia y la pobreza, por la violencia y la negligencia transexenal.
Sin duda que seguimos viviendo con muchos problemas, algunos parecen irresolubles y cada vez más enquistados, pero aún hay alternativas y el éxito radica en enfrentarlos desde la raíz. Debemos ayudar, proteger y acompañar más a los niños, especialmente a los más vulnerables: huérfanos, abandonados y en condición de pobreza. Pero, ¿qué podemos hacer? O al menos, ¿qué darles este y todos los días? Bueno. El regalo más valioso para ellos, como el oro de Baltazar, es la educación, la llave para abrir cientos de puertas de oportunidades, la herramienta más útil con que enfrentarán su futuro y quizá la única salida para que los más pobres alcancen una mejor vida.
La educación es el motor que impulsa la movilidad social, permite que los nacidos en familias de clases sociales más bajas logren avanzar hacia mejores condiciones, contribuyendo al desarrollo económico de una nación. La salud, como la mirra de Melchor, debe ser el remedio que cura y alimenta, para que ningún niño limite sus capacidades físicas e intelectuales, por desnutrición o enfermedad a temprana edad. En México, 1 de cada 7 menores de 5 años padece desnutrición, con más prevalencia en el sur y en zonas rurales. Y por último, el incienso de Gaspar, el aroma y el bálsamo del consuelo, la compañía y el apoyo que convierten a los niños en dioses inmortales, poderosos y felices en un solo instante de alegría junto a quienes los aman. ( drulin@datametrika.com/Investigador Titular, UJAT, Director General, Datametrika Co)