En las palabras del presidente López Obrador ante la tragedia de Tlahuelilpan hubo serenidad y prudencia.
Le dio la cara a la tragedia, explicó la conducta del Ejército al replegarse frente a la multitud incontrolable que recogía gasolina, y dejó ver, en un caso dramático, lo que quiere decir su estrategia de “no apagar fuego con fuego”: no confrontar bajo ninguna circunstancia la fuerza del Estado con la ciudadanía.
Sobre todo, le habló a la gente involucrada en la tragedia, solicitando de ella la información del fenómeno tal como se da a ras de tierra, reconociendo, con claridad pedagógica, lo que al gobierno y a la sociedad le falta por saber para actuar con eficacia.
Dijo:
“Yo pido a la gente de Hidalgo, inclusive a los que participaron, que nos ayuden y que den su versión, no solo de lo que sucedió el día de ayer, sino el porqué de esta actitud. Estoy seguro de que nos van a ayudar y vamos a poder reconstruir lo que sucede realmente. “Es importante saber cómo se da esta práctica en lo comunitario, quién lleva a cabo la perforación del ducto, quién o quiénes, cuándo se sabe si hay una fuga, si se prepara, quién convoca, quién llama, cómo acude tanta gente, por qué los recipientes? ¿Qué se hace con ese combustible? ¿Se utiliza para consumo de los que lo recogen o se vende? ¿Cómo se vende? ¿Quiénes compran?”.
Creo que la postura del Presidente en esto es impecable. Difiero solo en un aspecto: su vieja propensión a explicar la conducta criminal por la pobreza.
Volvió a ese tema anteayer, como al pasar, cuando dijo que no quiere que las fuerzas armadas se confronten con quienes “se ven obligados a cometer actos ilícitos”. (Milenio https://bit.ly/2U61XeR.)
La pobreza puede explicar que alguien delinca por privación, como el Jean Valjean de Victor Hugo, pero la aparente verdad sociológica de esta explicación tiene un sesgo clasista y hace poca justicia a la calidad humana que puede hallarse en la pobreza.
La pobreza no es una fatalidad criminal y los pobres no son candidatos naturales, “obligados” al delito.