En su día de toma de posesión el presidente López Obrador confirmó un estilo: seguirá siendo el político de intemperie que siempre ha sido, por encima del presidente de gabinete y presídium que suelen ser los mandatarios mexicanos.
Será un presidente en movimiento continuo al frente de una sociedad continuamente movilizada. La tensión fundamental de su gobierno podemos verla desde ahora: es el espacio que hay entre crear expectativas y cumplirlas, entre prometer y ejecutar, entre hacer discursos y tomar decisiones, entre las horas encendidas de plaza pública y las aburridas del escritorio ejecutivo. La diferencia que hay, en una palabra, entre movilizar a una sociedad y gobernarla.
El tiempo y el tamaño de los compromisos tomados al tenor de los sueños y los agravios de la plaza pública son muy distintos del tiempo de entrega de lo prometido y de la velocidad de los instrumentos de gobierno.
Lo está viviendo la Cuarta Transformación desde el primer día de su gestión administrativa con el caso del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, abolido hace meses en la plaza pública (que incluye a los medios) pero detenida el domingo en los hechos por sus riesgos legales y financieros.
La primera decisión del nuevo gobierno fue no detener las obras del aeropuerto para darse tiempo de emprender una estrategia financiera de apaciguamiento a los dueños de bonos del proyecto.
La cancelación cabal del aeropuerto no podrá decretarse mientras no se cumpla la oferta de recompra de los bonos a sus actuales tenedores, emitida ayer en Nueva York, hasta por mil 800 millones de dólares, por el gobierno de la Cuarta Transformación.
Hay expertos capaces de explicar el sentido de esta subasta. Se trata de contener y acotar la posible querella legal de los tenedores actuales contra el gobierno de México por incumplimiento de contratos.
Pero nadie sabe en este momento si la oferta tendrá éxito, en qué proporción, cuál será el costo final de deuda y el tiempo que durarán para México las querellas legales.
La cancelación del aeropuerto en la plaza tomó unos días. Su cancelación por el gobierno durará meses y, en un mal trance, años.