La cultura del libro incluye la apropiación de ese espacio que llamamos página impresa que está más allá y más acá de la sacrosanta devoción de no tocarlos por temor a pecar de malditismo.
Por supuesto que hay libros que por su antigüedad, por su belleza, porque tenemos una relación especial con ellos o son parte de la comunidad, merecen el respeto de los decanos.
Lo cierto es que, desde que el libro es libro los lectores han marcado los libros; por ejemplo están las pequeñas manitos con el dedo índice señalando el lugar de la cita precisa en los libros medievales, la sobreescritura conocida como palimpsestos, y los apuntes agregados en el margen, llamados escolios, que acotan o parafrasean el contenido original.
Actualmente se sabe de investigadores que recopilan y ordenan los comentarios dejados por otros escritores en los libros de sus bibliotecas, y hay artistas visuales que resignifican los contenidos clásicos.
Desde la perspectiva contemporánea al libro se le redefine como un espacio humano, es decir, como un espacio que se construye -vale decir transforma- para ser habitado, y en eso coinciden escritores mexicanos como Benito Taibo quien proclama que rayar, doblar, marcar, anotar el libro que lees son parte de los derechos del lector.
No se propone aquí dar licencia para dañar los ejemplares de las bibliotecas, pero en ellas deberían de existir Laboratorios para las intervenciones recreativas con libros: rayando, recortando, alterando.
Con letras grandes: Entra y destruye un libro.
Existen muchas dinámicas de reescritura creativa como el "poema encontrado" que consiste en señalar una secuencia de palabras en una página que tengan un sentido emotivo.
También están las variaciones de la técnica artística llamada collage, entre muchas otras. Un laboratorio sensible que, en el fondo, previene la destrucción y coloca el cuerpo frente a ese cuerpo de hojas.
Esta semana la secretaría de cultura de Tabasco anunció la trituración de cien toneladas de libros dañados. Con tamaña noticia cierra la 4t en Tabasco sus primeros seis años, con la inercia de siempre; hace falta la creación de una pedagogía propia para la lectura.