Lo que presenciamos la noche del domingo fue un debate de propuestas y acusaciones entre las candidatas y el candidato presidenciales en un formato rígido que no permitió una mayor soltura y esgrima verbal entre los participantes.
Falló la organización del INE y no eligió bien a los moderadores. Se notó su parcialidad hacia la candidata de la derecha, a quien le dieron su ayudadita para centrarla en el tema en cuestión ante lo dispersa que se mostró durante el debate.
Las preguntas sobre los temas planteados a los debatientes evidenciaron un sesgo marcado y la animadversión hacia el gobierno del presidente López Obrador. Quedó a deber el INE y por mucho. No dio muestras de ser un árbitro imparcial, sino todo lo contrario.
A estas alturas no hay ninguna duda de quién resultó ganadora del debate presidencial. La opinión de los analistas políticos es unánime: la doctora Claudia Sheinbuam, quien se mostró segura, con temple y serenidad ante los ataques reiterados de Xóchitl Gálvez.
Se enfocó en presentar sus propuestas, habló de sus logros como jefa de Gobierno de la Ciudad de México y se dio tiempo de desmentir las falsas acusaciones y señalamientos de la abandera del frente opositor.
Hasta los críticos más feroces de la 4T, como Carlos Loret de Mola, tuvieron que reconocer que ella salió victoriosa y la gran perdedora fue la candidata del bloque opositor. Si Xóchitl Gálvez tenía alguna posibilidad de remontar las encuestas, esta se diluyó por completo, después de su desastrosa actuación.
Se le vio nerviosa, tensa, enojada ante los revires de Claudia y del candidato Jorge Álvarez Máynez; no fue capaz de articular bien sus propuestas y se enredó en sus intervenciones, como cuando dijo que les preguntaran a los muertos por el Covid-19 de lo mal que había enfrentado el gobierno de la Ciudad de México la pandemia.
Álvarez Máynez disfrutó de sus cinco minutos de gloria. Salió siendo más conocido por electorado y seguramente la robará puntos a la gran perdedora del debate. El arroz presidencial ya está más que cocido.