La distribución del ingreso como la suficiencia o ausencia de crecimiento, expresan los resultados finales de los sistemas económicos y políticos. En ello, el reparto anterior o subsecuente de la riqueza juega un papel primordial al ser o convertirse en fuente de ingresos diferenciados entre los estratos sociales. La desigualdad responde a códigos jurídicos que norman el funcionamiento de los mercados al estipular derechos diferenciales entre instituciones, estratos sociales y personas.
Históricamente la desigualdad de ingresos se mantuvo alta entre 1820 y 1910, hasta ser causa importante de la crisis mundial de los años treinta del siglo pasado. Desde ahí aflora nítidamente la diferencia entre estabilidad económica y estabilidad social. Por eso debió asignarse a los Estados un papel equilibrador de los resultados de los sistemas económicos y sociales. Aun así, las fuerzas mercantiles con oscilaciones sostuvieron desigualdades hasta 1980 en niveles análogos a los de principios de siglo pasado.
Como es obvio, la distribución es reflejo del poder económico y también del entorno social. Dados sus nexos con la estabilidad política aceptada, la distribución ha sido bastante estable, sujeta a cambios menores que sólo si son persistentes alcanzan a crear distorsiones de gravedad. En más de un sentido, sólo las crisis o las guerras han alterado parcialmente las tendencias distributivas de los sistemas económicos establecidos.
DIFÍCIL DE REMOVER
Son múltiples las fuerzas económicas, así como las variables que intervienen en acentuar o alterar la distribución de los países en el mundo. Por eso, el fenómeno puede examinarse desde la perspectiva internacional o nacional, de la riqueza, del ingreso, sea por estratos sociales, regiones o sectores económicos.
En el siglo XX, la superación de la Gran Crisis, de los disturbios menores que le siguieron, los conflictos sociales o de las contiendas bélicas alteraron temporalmente las tendencias distributivas que prevalecían en el grueso de las poblaciones. Con altibajos, los esfuerzos económicos fueron exitosos en alcanzar prosperidad más o menos general, pero, pese a intentos, dejaron de lado una distribución marcadamente desigual.
Entre esos intentos destacan la erradicación del colonialismo que, mal que bien, cerró algunas disparidades distributivas entre países; contó por igual, la validación de la responsabilidad estatal de alcanzar progreso sostenido; de su lado, la globalización, derrumbó separaciones económicas entre naciones al consolidar ventajas comparativas y mejorar el empleo de la mano de obra. Sin embargo, todo ello, se logró sin mayores cambios salariales o redistributivos. La globalización centró energías en avalar la concurrencia productiva y fiscal, no en el desarrollo equitativo.
A partir de 1980 -y aún antes-, comienzan a debilitarse la capacidad de la globalización y de las acciones tradicionales de los gobiernos para sostener desarrollos de algún modo compartidos. Poco a poco, desde entonces, se consolida la concentración de riquezas e ingreso, independientemente de que se acerquen o ahonden las diferencias políticas de los países.
Con todo, tienen lugar esfuerzos correctores importantes: se crearon los "Estados de bienestar" empeñados en contrastes rezagos sociales ostensibles; al propio tiempo, cobran vida normas impositivas para combatir la desigualdad de ingresos y enriquecer la acción social de los gobiernos.
Esos y otros esfuerzos alentadores no derrotan a las fuerzas de la desigualdad. Sigue prevaleciendo concentración de riqueza e ingreso, aún en las zonas más prósperas del planeta. El notable repunte de China y en menor escala de la India, validan la viabilidad de satisfacer las aspiraciones desarrollistas del Tercer Mundo, sin corregir y, a veces ahondado, las desigualdades sociales. El fenómeno se observa en los Estados Unidos, China, América Latina y países europeos reviviendo de nueva cuenta dilemas de vieja data sin encontrar soluciones más permanentes.
Las estructuras distributivas nacen, se arraigan, de complejos armazones legales y de medidas convenidas o impuestas que prevalecen durante periodos históricos prolongados que, sin ser inmutables, resulta arduo de remover.
NOTAS
En 2021, los Estados Unidos disfrutaban del 315% del promedio mundial de ingresos, América Latina el 80% del mismo; el reparto de la riqueza es todavía más sesgado: en los Estados Unidos alcanzaba cerca del 400% del promedio mundial y América Latina el 51%. Véase, Chancel, y Piketty, T. (2021) Global Income Inequality, 1820-2020, World Inequality Laboratory. (* David Ibarra Muñoz, Santiago de Querétaro, Querétaro, 14 de enero de 1930. Es un reconocido economista mexicano; fue secretario de Hacienda y Crédito Público de José López Portillo de 1977 a 19821 y actualmente es miembro de los consejos de administración de Grupo Carso y América Móvil, además de profesor de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Títulos y subtítulos del editor).