En su libro “La economía explicada a mis hijos”, Martín Krauze incluye una didáctica explicación del fenómeno inflacionario a partir de las enseñanzas del premio nobel de economía, Milton Friedman. Cuenta que cuando un alcohólico empieza a beber, los efectos buenos vienen primero: se goza, se disfruta, se siente deleite; solo los efectos malos se presentan al día siguiente, cuando se levanta con resaca y a menudo no puede evitar mitigarla más que sintiendo la imperiosa necesidad de volver a beber.
El paralelismo con la inflación es exacto. Cuando un país inicia un período de aumento de los precios, los efectos iniciales parecen alentadores. La gente dispone de una cantidad más alta de dinero o por lo menos tiene la posibilidad de mayor acceso a él para gastar más, sin que nadie tenga que reducir sus gastos. La actividad económica empieza a reactivarse. Es parte de los buenos efectos y en nuestro caso se nota al salir de un largo periodo de confinamiento por la pandemia.
Pero de pronto sucede que el mayor gasto empieza a aumentar los precios; los trabajadores notan que su salario, aunque monetariamente más elevado, les permite adquirir menos bienes; los empresarios ven que sus costos de producción han aumentado, de tal manera que las ventas adicionales no les benefician como quisieran, a menos que tomen la decisión de incrementar los precios de sus productos todavía más.
¡Caramba!, el escenario se torna gradualmente complejo y los signos que lo caracterizan son inconfundibles: precios más elevados, demanda apagada y amenaza de estancamiento. Suele pasar que, como en el caso del alcohólico, para amortiguar la resaca, el Estado enfrenta la tentación de aumentar la cantidad de dinero a un ritmo mayor y esto provoca desafortunados altibajos, como en una montaña rusa.
A manera de comparación, me resultó curioso recordar algo que probablemente les pasó a muchas personas cuando niños: de pequeño yo también imaginé construir una máquina de imprimir dinero y disponer de todos los recursos para comprar sin restricciones lo que deseara: juguetes, golosinas, ropa, comida, etc. En ese momento era difícil entender que el dinero no es más que un medio de intercambio, por lo que a mayor circulación de billetes de seguro sobrevendría el aumento de los costos de los bienes y servicios que necesitamos.
Planteado de otro modo, como escribí líneas arriba, de poco sirve que a alguien le dupliquen el sueldo si al final de cuentas aumentan los precios de las cosas que usa. Afirmar lo anterior orilla a citar la célebre definición de Milton Friedman: “La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario en el sentido de que solo es y puede ser producida por un incremento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción”.
No cabe duda de que es un tema que a todos nos incumbe, aunque pocos se preocupen por analizarlo. En mi caso, por ejemplo, noto la tendencia inflacionaria en el repentino aumento del precio de los libros. De por si resulta caro adquirirlos por la escasa demanda y el costoso proceso de producción y de logística que limita su rentabilidad, lo es todavía más en entornos inflacionarios, como el que estamos enfrentado en México. En la primera quincena de julio la inflación se ubicó en 8.16%, según reportó el INEGI.
Durante los últimos días, en mi búsqueda de ofertas en diferentes tiendas y páginas virtuales de librerías y sellos editoriales, he constatado que hay libros cuyos precios subieron con respecto a los que mantenían apenas unos meses atrás. Es una decisión que afecta a los libreros y a los lectores. Los primeros no podrán vender más y los segundos -por lo general pocos- comprarán menos.
Solo para tener una referencia, les comparto que hasta el primer trimestre de 2022 el precio medio del libro en México era de 305.37 pesos; en las mismas semanas de 2021 era de 239.27 pesos, y en las de 2020, de 222.04 pesos. La inflación ha incrementado hasta en 30% el costo de las materias primas y de producción, según la empresa Nielsen BookScan, especializada en mediciones de la venta de libros comerciales en formato físico.
Ojalá que, como anticipó el presidente Andrés Manuel López Obrador, la inflación baje en noviembre y con ella lo hagan los precios de productos de primera necesidad. Que ocurra también con los costos de los libros; no son parte de la canasta básica, pero sí son -o deberían ser- muy necesarios para todos.