Culpa y queja

Culpa y queja: el ciclo estéril

Hace tiempo leí un relato que, en la actualidad, puede interpretarse como una poderosa metáfora sobre la importancia de la colaboración entre la sociedad y el gobierno para abordar los problemas públicos que nos afectan. Al releer esta historia y contextualizarla, llegué a la conclusión de que los grandes desafíos colectivos no pueden resolverse desde una postura de reproche, culpa y queja, sino a través de una responsabilidad activa y compartida. Esta es la historia:

Se cuenta que, una tarde, la culpa y la responsabilidad caminaban apresuradas por la calle. Al llegar a una esquina, chocaron violentamente sus cabezas. El impacto fue tan grande que ambas quedaron mirándose fijamente, observando la hinchazón en sus frentes.

La responsabilidad, fiel a su naturaleza, ofreció disculpas por lo sucedido y se comprometió a buscar hielo para reducir la inflamación. Sin embargo, la culpa, atrapada entre emociones y pensamientos negativos, no prestó atención a la sugerencia y se limitó a acusar a la responsabilidad por el incidente

—Es cierto que venía con demasiada prisa —dijo la responsabilidad—, por eso te ofrecí mis disculpas. Creo que con el hielo podré aliviar el daño; y si no, dime: ¿qué puedo hacer para ayudarte?

A pesar del ofrecimiento, la culpa no lo aceptó ni se sintió responsable, y como estaba formada por sentimientos de culpa, a medida que la amenaza del castigo aumentaba, comenzó a deprimirse.

Al cabo de un rato, la responsabilidad regresó con el hielo. Aun cuando la culpa terminó por colocarlo en su frente, no dejó de acusarla, pero también lo hizo con la acera, con el clima, con la poca visibilidad y, finalmente, hasta con ella misma.

—He sido una tonta que no se dio cuenta de los obstáculos que causaron mi golpe. Los maldigo a todos por querer hacerme daño —pensaba en voz alta.

Mientras la responsabilidad aceptaba su error y trataba de remediarlo, la culpa no dejaba de calificar todo negativamente, lo que abrió la puerta a los oportunistas que aprovecharon sus sentimientos para manipularla.

Aunque la inflamación en su frente disminuyó gracias al hielo que le entregó la responsabilidad, la culpa no dejaba de mirar en el espejo la marca que le había quedado. A medida que su tristeza crecía, su autoestima disminuía, hasta que finalmente terminó devastada.

Un mensaje clave de este relato es que la responsabilidad tiene un efecto reparador, mientras que la culpa solo perpetúa el daño, ya que se hunde en emociones negativas. Pocas veces somos conscientes de que la falta de acción individual puede alimentar problemas estructurales. Las quejas constantes contra "el sistema", "el gobierno" o "los demás" nos paralizan, impidiendo que actuemos en nuestras áreas de influencia.

Por ejemplo, la desigualdad y la inseguridad ciudadana no pueden resolverse solo con estrategias gubernamentales; también requieren que los ciudadanos se involucren activamente en la prevención y el fortalecimiento de los lazos comunitarios y, por supuesto, una sólida promoción de valores desde el seno familiar.

En conclusión —como mencioné al principio—, el verdadero cambio florece cuando trabajamos juntos, cuando comprendemos que el bienestar colectivo es un esfuerzo compartido, en el que tanto la ciudadanía como el gobierno desempeñan roles indispensables. Si dejamos de centrarnos únicamente en la hinchazón de nuestras heridas y nos enfocamos en colaborar, el frente común que construyamos será más fuerte que cualquier obstáculo.

MIRADA HACIA ATRÁS

El poeta mexicano Octavio Paz describió la culpa como una "mirada hacia atrás" que nos condena a la inmovilidad. Nos empuja a un callejón sin salida donde los problemas se perpetúan. Aunque pueda sonar a lugar común, el cambio comienza contigo.