"Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza".
Mario Benedetti
La investigación sobre la felicidad ha sido un área de interés en el campo de las ciencias sociales desde que se propuso por primera vez la llamada ´paradoja de Easterlin´. Formulada por el economista Richard Easterlin en la década de 1970, esta se refiere a la observación de que, a pesar del aumento en los niveles de ingreso y riqueza en una sociedad, los niveles de felicidad o satisfacción de sus miembros no necesariamente aumentan en la misma proporción. En otras palabras, las personas más ricas no son siempre más felices que las más pobres, especialmente cuando se considera el contexto relativo. El bienestar subjetivo no se basa únicamente en factores económicos, sino en que la felicidad está influenciada por una combinación de factores sociales, psicológicos y económicos.
En general, esta postura es controvertida desde dos perspectivas: primero, contradice la predicción de la teoría microeconómica de que los consumidores obtendrán niveles de utilidad más altos a través de aumentos en el consumo debido al crecimiento del ingreso. En segundo lugar, cuestiona directamente el papel esencial del crecimiento económico en la promoción de un nivel de vida más alto y una mejor calidad de vida en el proceso de desarrollo económico.
Un aumento en los ingresos solo aumenta temporalmente el nivel de felicidad, ya que los individuos terminan por adaptarse y tarde o temprano regresan a su nivel original de felicidad. La comparación social y la aspiración son en buena medida responsables de esta estabilización de la felicidad en las personas: al contrastar sus circunstancias económicas con las de su nuevo estrato social, tienden a modificar sus ambiciones. Pero la cuestión principal es si el dinero puede comprar el nivel deseado, o mínimo, de satisfacción vital o felicidad en este mundo competitivo y globalizado. Podría decirse que ayuda en la medida que una mejor educación, salud y empleo contribuyen a un mayor nivel de bienestar subjetivo.
Algunos factores de disminución de la felicidad son el desempleo y los desequilibrios demográficos, mientras que algunos positivos son el ingreso y el estado de salud. Estudios recientes demuestran que el deterioro ambiental, tiene una relación negativa con los niveles de felicidad. Por otra parte, algunas publicaciones confirman una asociación positiva entre la felicidad y la libertad de elección. Precisamente, las personas que viven en países con mayor libertad de elección disfrutan de un mayor nivel de felicidad.
Se puede esperar que la educación confiera beneficios de bienestar no solo a través de mayores ingresos, sino también a través de mejores conductas de salud y un capital social mejorado; mejores relaciones. Otro beneficio colateral es algún tipo de capital psicológico que captura los beneficios del aprendizaje o del conocimiento, o que complementa otros consumos (por ejemplo, posiblemente literatura, bellas artes o el cielo nocturno). No obstante, entre los hechos estilizados más sorprendentes en la economía de la felicidad está el que la educación formal no ayuda mucho a explicar la felicidad una vez que se tienen en cuenta los ingresos.
Quienes tienen un nivel educativo más bajo y, como indicador, quienes tienen un ingreso más bajo tienden a sesgar su satisfacción con la vida declarada. En general, las investigaciones apuntan a un mayor bienestar entre los habitantes rurales de los países desarrollados. Aunque la literatura sobre la importancia de los ingresos y la felicidad es enorme, los hallazgos sobre otros factores que modulan esa relación y su mecanismo de acción son escasos. Es decir, es probable que se esté viendo un caso de correlación y no completamente de causalidad. Quizás los ingresos suponen otras cosas que en realidad influyen en la felicidad.
En la evaluación internacional en el Reporte Mundial de la Felicidad de 2022, México ocupó el lugar 46 de 146 países incluidos y está dentro de los 10 países que cayó en el lapso de 2012 a 2021, los autores se lo atribuyen a la desigualdad de ingresos de la población, aunque también influyó en la desigualdad la pandemia por COVID. En un estudio realizado en México se encontró que la salud está más relacionada con el bienestar, mientras que la familia está más frecuentemente relacionada con la felicidad.
El enfoque mercantilista y económico del mundo se olvida de que el dinero, lejos de ser un fin, es una herramienta para acercarnos a las cosas que nos pueden dar felicidad. Entender la felicidad implica evaluar todas las dimensiones que rodean al individuo. La financiera es una, sí, pero también lo son la social, la física e incluso la espiritual y la intelectual. La confusión de que el dinero trae la felicidad viene del hecho desafortunado de que, en el sistema actual, la libertad del individuo está sujeta a su solvencia. Ver esto no es más que un recordatorio de poner las prioridades en su sitio.
(jorgequirozcasanova@gmail.com)