En estos días, quizás mejor que en cualquiera otro momento, se ha hecho evidente en México que la etapa social que vivimos se caracteriza por una total disociación entre la realidad concreta y la percibida, entre los hechos que ocurren como resultado de la relación entre factores estructurales y las decisiones que se toman acerca de ellos, por un lado, y las historias que sobre esos hechos se narran, por otro. Digamos que en estos días, el modelo de gobierno de López Obrador se ha transparentado como nunca. Mientras el país está en una situación crítica, límite, en condiciones que requieren decisiones importantes y profundas, la narrativa presidencial y su espectáculo político están más sólidos que nunca y, muy posiblemente, cerca de un clímax apoteósico.
La perspectiva económica no puede ser más preocupante. Las controversias planteadas por Estados Unidos y Canadá, en el marco del tratado de comercio trilateral, han colocado a nuestro país en una situación nada sencilla: o se aceptan los reclamos de los vecinos y se permite a sus actores económicos participar del desarrollo de energías limpias en nuestro país—lo que es del total desagrado del presidente—o, de lo contrario, tendremos que pagar aranceles altísimos. Pero también, el presidente podría decidir retirar a México del tratado—y tal vez lo haga el 16 de septiembre, en el marco de la celebración de nuestra independencia. Cualquiera sea el desenlace, habrá consecuencias negativas para el país.
Por un lado, si la controversia se decidiera en el proceso de las consultas y no se alcanzara la fase de los paneles—lo más conveniente y deseable desde el punto de vista económico—, el proyecto político del presidente y su discurso quedarían muy lastimados. Recordemos que estamos en la víspera de la selección de candidatos a las gubernaturas de Coahuila y el Estado de México y, también, a la presidencia de la república. Aun cuando tiene recursos para resarcirse, López Obrador quedaría debilitado como líder y tal debilidad podría tener costos político-electorales. El presidente es un hombre de ideas fijas, tiene un carácter indomable y está convencido de ser un personaje histórico viviente; difícilmente aceptará doblar las manos y retraer su discurso nacionalista. Es muy posible que en el contexto de la celebración independentista decida envolverse en el lábaro patrio y asumir hasta las últimas consecuencias lo que él cree—su versión de la historia le ha forjado una convicción a prueba de fuego—es la soberanía y la independencia de México. Lo que empezó siendo un recurso de distracción ha terminado por convertirse en una verdad irrefutable. El episodio le otorga la posibilidad al presidente de ver su sueño realizado: convertirse en ícono de la epopeya nacional quedando registrado en imagen y narrativa en los libros de historia de texto gratuito de las generaciones futuras.
Si esa fuera la decisión que tomase, la suerte de la economía mexicana estaría echada, no por años, por décadas. Las relaciones comerciales con Estados Unidos, nuestro principal socio, sufrirían un fuerte impacto; el sector exportador, base importante de nuestra economía, se vería debilitado porque los márgenes de ganancia se reducirían vía aranceles, además de que la inversión extranjera y la privada nacional se frenarían significativamente. Los mercados laborales resultarían seriamente afectados, pues a falta de inversión y estímulos, la tasa de empleo caería de manera importante. No hay necesidad de abundar sobre las consecuencias negativas que estos fenómenos tendrían sobre los índices de violencia y criminalidad. Pero, claro, los daños habrán de ser ocultados tras la cortina del discurso de la defensa de nuestros recursos.
Si las controversias no se resuelven en la fase de las consultas y se formaran los paneles de expertos para decidir, es prácticamente un hecho que fallarían a favor de Estados Unidos y Canadá. México adquirió compromisos muy claros en el tratado de libre comercio. El presidente firmó esos acuerdos, que fueron respaldados por el Senado de la República. La supuesta agresión a la soberanía es sólo una más de las narrativas simplistas de este gobierno. Como todas las que ha empleado, resulta muy convincente. El discurso oficial de México tiene por pilar la necesidad de reafirmar una independencia cuya realidad es más fuerte en los papeles que en los hechos. Pero, sobre todo y gracias a la actuación de Lázaro Cárdenas, los recursos naturales han quedado marcados como inherentes a nuestra identidad y nuestra soberanía. El presidente sabe esto y lo explota a su favor.
Así pues, el espectáculo de la política disociada de la realidad posiblemente vivirá pronto un momento de grandiosidad. Vivimos a través de historias construidas desde y para las emociones por un presidente con presencia interminable en la arena pública y al que la mayoría de los grandes medios poco hace por cuestionarlo; innegable la complicidad de una oposición tan miope y pobre como ineficaz e inefectiva. En México, hoy, no cuentan las cuentas, sino los cuentos.