Impactados y llenos de preguntas a las que todavía no encontramos respuesta son algunas de nuestros temores en horas de incertidumbre ante un futuro que, dependiendo de cómo nos levantemos, nos parecerá apocalíptico o esperanzador.
En cada generación se da algún hecho que se interpreta como el fin de los tiempos y, en esta ocasión, nos toca a los oaxaqueños ser parte de un suceso de consecuencias mundiales. Ha habido guerras y conflictos en tierras tan lejanas que se nos hacen ajenos; pero hoy, sin experiencia previa en dónde encontrar una guía que señale el camino a seguir, estamos preguntándonos cómo hacer para sobrevivir.
Se escribe desde la depresión y se trata de pronosticar que pasará. Muchos sentencian el fin de una era, el fin de la globalización y, por supuesto, el anhelado fin del capitalismo que, con toda seguridad, solo se transformará. Es probable que, por nuestra edad, no seamos nosotros los que podamos pronosticar qué pasará porque carecemos de algo que si tienen los jóvenes: su relación innata con lo digital.
Esta pandemia provocará cambios en todos los campos de la actividad humana, es deseable que así sea, pero el cambio no será de un día para otro y lo harán las nuevas generaciones a quienes hoy, parados en nuestro pedestal de sabiduría, los descalificamos por inexpertos. Sí los extremos son malos, no hay que dejarse llevar ni por la depresión ni por la euforia, ni por el cúmulo de años o títulos académicos que no siempre significan sabiduría.
En momentos en que creemos que nuestra vida está en peligro y nuestra situación económica en riesgo de pauperizarse es oportuno mirar en retrospectiva para ver qué hemos hecho mal, qué cosas no hemos hecho y debimos hacerlas y, por supuesto, pensar en qué deberíamos hacer.
En Oaxaca, en los últimos cincuenta años le hemos dedicado muchas planas y ríos de tinta en los medios, además de recursos del erario, a la atención de la agitación social en todas sus modalidades. Fueron los universitarios, los maestros y una serie de organizaciones indígenas las que acapararon toda nuestra atención las últimas décadas.
Sin embargo, hoy que nuestro modo de vida lo sentimos en riesgo es necesario preguntarse si esos recursos gastados valieron la pena porque solución que esperamos con ansia viene de la ciencia y no de la agitación. A la ciencia, en Oaxaca no le hemos dedicado más que migajas de una orgía presupuestal que ha engordado a funcionarios y líderes, pero no ha apoyado a quienes debería.
No solo en Oaxaca sino a nivel nacional debemos replantear un cambio en los modelos educativos y aceptar que nos ha faltado ciencia, muchas ciencias naturales y tecnología.
El magisterio oaxaqueño, al que le entregó el presidente AMLO la educación en propiedad, tiene otros planes que colocan como prioridad ejercer el control político de los niños, los padres, los edificios, las plazas y los trabajadores para mantener sus privilegios neo-feudales. Los utilizan únicamente como bandera para una supuesta reivindicación social.
El método paternalista que tenemos para solucionar los problemas sociales y económicos no ha resultado y, una vez pasada esta emergencia, sería un error mantenerlo para disminuir la pobreza porque se ha demostrado que no funciona más que para crear clientelas políticas.
Se da en Oaxaca mucha atención a lo comunitario, al asambleísmo y saberes ancestrales que cambian de región a región. La mayoría de las veces confunden añejas tradiciones con saberes rituales que, en el terreno de la intimidad individual son válidos, pero no el terreno de lo público que necesita respuestas certeras, formales, racionales y científicas.
Es necesario pensar en la educación del futuro. Estamos viendo que la ciencia y los expertos son necesarios, en sentido contrario a los postulados populistas de han decretado la muerte de los especialistas por “conservadores”.
Oaxaca es tierra fértil para la enseñanza y aprendizaje de las ciencias. Las habilidades que los niños demuestran tener al aprender a tocar instrumentos musicales antes de empezar a leer son una muestra de que tienen habilidades para las matemáticas y el pensamiento lógico y racional, así como para trabajar en equipo.
La pandemia evidencia, una vez más, que la educación es la mejor inversión, introducir las ciencias y darles el lugar que merecen requiere de cambios en los programas de estudios, amplios equipamientos en las escuelas y una nueva clase de profesores que hay que formar.
En Oaxaca ocupamos siempre los últimos lugares en desempeño educativo, no solo en la educación básica sino también en la media y la superior. Y eso hay que cambiar aprovechando el empuje que esta pandemia está dando a la alta tecnología, la medicina, las matemáticas y la genética.
Es necesario recuperar la rectoría de la educación no para fines políticos sino para beneficio de todos, dejar detrás el uso faccioso de la ideología para justificar la injustificable y pensar en el futuro porque, desafortunadamente, no será esta la última pandemia ni problema global que ponga en riesgo nuestras vidas y nuestra economía.
Viene una nueva era, la del petróleo está empezando a declinar y estamos entrando de lleno en la cuarta revolución industrial y tecnológica. La robótica y la inteligencia artificial dominarán el mundo.
Vemos en peligro nuestra forma de vida y no sabemos si solo estamos ante una pausa o el inicio de un cambio radical. Esta incertidumbre nos conduce a revisar nuestros valores culturales, técnicos y científicos porque, a pesar de toda la tecnología que hemos desarrollado, seguimos siendo vulnerables. La educación y la ciencia, por tanto, deberían darnos la oportunidad de ejercer las dos caras de la libertad: la emancipación y la autonomía.
Es un excelente momento para echar a andar en profundidad los modelos de educación a distancia que, por su edad, algunos no son capaces de comprender. Para empezar, la educación a distancia desarrolla varios hábitos, entre ellos los muy útiles de la disciplina y la responsabilidad que tanta falta hacen hoy. A pesar de las resistencias sindicales, el futuro de la educación está en las tecnologías virtuales.
No está de más pensar que la inteligencia artificial no solo habrá de suplir, no suplantar, a muchos profesores, sobre todo a los mediocres. Que habrá profesiones y oficios que desaparecerán; por ejemplo los autos serán autónomos, las grandes automotrices fabricarán otras cosas o quebrarán, las empresas de tecnología serán las líderes sobre las manufactureras, que el petróleo no se agotará pero que dejará de primar en nuestro mundo, habrá fuentes renovables de energía que la harán accesible y barata y, para ese mundo tecnológico es indispensable que a los niños oaxaqueños se les prepare no para operar las máquinas, que cualquiera lo hace, sino para diseñarlas, para convertirse en protagonistas del cambio y no quedarse en pasivos espectadores. (*Cuadernos de la Pandemia es una publicación de periodistas y académicos de Oaxaca)