El teólogo Malbene, en un artículo publicado en la revista Lumen, afirma: "No me inspiran temor aquellos que no creen en Dios, pero siento pánico ante los que creen demasiado en Dios. Jamás he sabido de un ateo que haya matado a alguien en nombre de su ateísmo. Sin embargo, millones de seres humanos han muerto asesinados en nombre de Dios, por motivos religiosos. La religión, como las medicinas, se debe consumir solo en pequeñas dosis. No digo que no debamos creer en Dios, cada quien en su Dios; lo que digo es que debemos creer también en el hombre."
El filósofo Lucrecio, de la corriente epicurista, autor de la tal vez mayor obra poética de Roma, decía: "La religión es una enfermedad, nacida del miedo, y causante de sufrimiento."
Y efectivamente, a través de los siglos, millones de seres humanos, hombres y mujeres, ancianos y niños, han sido torturados y asesinados, a veces en la forma más cruel y en nombre de Dios, por quienes han pretendido hablar en nombre de la divinidad. Miles de mujeres inocentes fueron humilladas en los cinco continentes y quemadas como brujas, en nombre de dios.
La lapidación, la hoguera, el empalamiento, las oblaciones, las ablaciones, las mutilaciones, las excomuniones, las cruzadas, la "santa" inquisición, las guerras de reforma y todas los conflictos religiosos de cualquier signo, la tortura como castigo o apremio, dan cuenta de algunas de las formas más crueles con que se ha pretendido imponer la "voluntad" de Dios, por los que dicen ser sus voceros, sus representantes.
Ante los excesos, tanto de "cristianos" como de fundamentalistas musulmanes, debemos recordar el pensamiento cervantino: "el bien a todos, el mal a nadie". Y los versos de nuestro inmenso poeta Netzahualcóyotl: "Amo el verde de los campos, el aroma de las flores, amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces, pero más amo a mi hermano, el HOMBRE"
Ojalá y "el hombre" llegue a ser el origen y el fin, el alfa y omega del actuar humano.