Concibe la derecha conservadora la política solo como un negocio, las elecciones como una operación comercial, a sus candidatas y candidatos como productos que hay que posicionar en el mercado y vender a toda costa.
Trata a las y los electores como trataba a esa "audiencia cautiva" que veía, escuchaba, leía y creía mansamente lo que los medios de comunicación convencionales -y en ellos las y los líderes de opinión más influyentes- le dictaban o, más bien, le imponían.
Para esa derecha rabiosa y sedienta de venganza que, quiere volver al poder para recobrar las prebendas y privilegios perdidos, el pueblo, al que desprecia profundamente, es solo una masa de consumidores ignorantes e inconscientes a los que, con engaños y trucos publicitarios, se puede manipular fácilmente.
Esclava de mercadólogos, diseñadores de imagen pública, psicólogos de masas, publicistas, charlatanes y expertos en guerra sucia la oposición opera -hoy en México- sin escrúpulos de ningún tipo, no respeta las reglas elementales de la democracia y cae en sus propias trampas.
Lo suyo no es convencer; para lo que haría falta tener la razón -como diría Miguel de Unamunosino vencer por la fuerza concentrada de los poderes fácticos combinada con la fuerza de la mentira.
Si, como dice Platón en el 2º libro de La República, "el gran mérito de la injusticia consiste en parecer justa sin serlo" la fuerza del engaño, al que son adictos los conservadores sobre todo en tiempos electorales como los que vivimos, consiste en hacer parecer verdadero lo que es falso.
Lo que no consideran la oligarquía, los partidos políticos que la sirven, ni la candidata presidencial de la que se sirven, es que para que la mentira -su principal herramienta política adquiera el mismo peso que la verdad y les permita "colocar exitosamente su producto" se necesita algo más que seguir la receta de Joseph Goebbels y repetirla obsesiva y masivamente.
Solo cuando campean la inconsciencia, la ignorancia, la frustración, la agitación social y el desaliento en un pueblo sometido a un Estado corrupto, ineficiente y represivo -como sucedió en la Alemania de los años 30 del siglo pasado- triunfan quienes mienten, tan cínicamente además, como los opositores en México.
Que la victoria del 2018, la enorme aceptación ciudadana que tiene en su quinto año de gobierno Andrés Manuel López Obrador y los amplios márgenes de ventaja de Claudia Sheimbaum que la llevarán a vencer en el 2024 son resultado de un cambio, de una revolución de las consciencias y también de la gestión de un gobierno que cumple con lo que prometió, es algo que la oposición, atrapada como está en esa red de mentiras que ella misma ha tejido, no logra comprender.
Antes de votar por un cambio de régimen se produjo en el país un cambio de mentalidad. Resistente a las mentiras de políticos y comunicadores del régimen corrupto se volvió el pueblo de México.
Más que el hartazgo fue la toma de consciencia colectiva lo que provocó la caída, pacífica y democrática del viejo régimen. Más que los errores de la oposición fueron sus muchos y atroces crímenes -que no se olvidan- lo que llevó al pueblo a liberarse y a no caer en las trampas que durante décadas les funcionaron.
De nada han de servirle a los conservadores su ejército de asesores, estrategas de marketing, su arsenal completo de trucos sucios y todo el cúmulo de mentiras con el que diariamente nos bombardean.
"De escultores -permítanme ustedes volver a citar a Miguel de Unamuno- y no de sastres es la tarea".
Grandeza, razón, compromiso, respeto y verdad como las mostradas por López Obrador al mandar obedeciendo quiere y necesita este país y su pueblo y no el regreso de quienes por tantas décadas -como hicieron el PRI y el PAN- lo masacraron, sometieron, saquearon y humillaron.