Están perdidos; ya nada podrá salvarlos. No ocurrirá un milagro; no habrá revelaciones que hagan tambalearse —y menos todavía derrumbarse— al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el presidente más querido de la historia moderna.
Tampoco, en los debates ni en lo que resta de la campaña, será Xóchitl Gálvez capaz de asestar un golpe demoledor a Claudia Sheinbaum.
La tan esperada "batalla decisiva" —esa obsesión milenaria de los estrategas militares que se ha dado en contadas ocasiones en la historia— no habrá de producirse en esta contienda electoral.
Incapaces de mirarse críticamente en el espejo los creadores intelectuales del llamado "fenómeno Xóchitl" se preparan para quemarla en leña verde en tanto que ella, ante ese alud que se le ha venido encima, comienza ya, con un discurso lacrimógeno, a victimizarse.
Ni los intelectuales, ni los líderes de opinión que la inflaron, ni la falsa candidata ciudadana, se asumen responsables de la debacle.
Andan —unos y otros— a la caza de culpables dispuestos a violar la ley y a fracturar, incluso, el orden constitucional al grado de "reclutar" como una más de sus "combatientes" en la guerra sucia electoral, a la propia presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la ministra Norma Piña con tal de impedir la derrota.
No tuvieron la honestidad intelectual de reconocer que se enfrentaban a algo desconocido y avasallador. Cegados por la rabia y la soberbia terminaron creyéndose sus propias mentiras.
Como a un lerdo, a un ignorante, a un populista simple, anticuado y elemental trataron siempre a uno de los políticos más audaces y mejor preparados en el mundo.
No se dieron cuenta de la talla histórica del hombre que fue capaz de crear un movimiento social y revolucionario inédito en tanto que es radical, es pacífico, es democrático, se produce en libertad y se juega la vida en las urnas.
Creyeron que la suya, en el 2018, había sido una derrota temporal y que, con el peso sumado de los poderes fácticos, podrían domar a López Obrador. Se equivocaron.
Nunca entendieron —siguen sin hacerlo— la naturaleza profunda ni del dirigente ni del movimiento social que encabeza.
Sus propios medios, los líderes de opinión que más respetan, al repetir la misma retahíla de mentiras y lugares comunes y al negarse a comprender que en México —como nunca había sucedido en la historia— hoy basta con ser decente para ser revolucionario les hicieron comulgar con ruedas de molino.
Como si el cataclismo social del 2018 no hubiera ocurrido, como si en estos casi seis años de gobierno no se hubiera transformado la conciencia colectiva siguen actuando los conservadores y sus voceros.
Tampoco entienden a Claudia y lo que en torno suyo está sucediendo en todo el país.
Como desprecian profundamente al pueblo, nada les dicen las multitudes que la siguen; son acarreados dicen unos, Xóchitl también tiene mítines muy concurridos, mienten otros.
No se dan cuenta los opositores de que otra oleada insurreccional está produciéndose y que habrá de arrastrarlos de nuevo.
Que la gente se sienta representada tanto por el Presidente como por la candidata les parece inconcebible; acostumbrados al viejo presidencialismo buscan rupturas donde no las hay o creen ver —con esa mirada misógina que les caracteriza— la supeditación de la una al otro mientras pronostican un nuevo Maximato.
Lo cierto es que el Presidente se alejará de la vida pública para siempre y quedará en el corazón de esa inmensa mayoría que, con sus votos, lo llevó a Palacio; de esa misma mayoría que hoy refrenda su apoyo, reconociéndola como única y a la vez como parte del movimiento de Transformación iniciado por Andrés Manuel, a Claudia Sheinbaum.
Por eso la consigna que se alza en las plazas: "¡Con la primera!" "¡Con la primera!", grita la gente.