El combate a la corrupción es de las promesas más comunes en periodos electorales. Aparece en cada elección, lo que evidencia que se encuentra entre los grandes pendientes. Y es que la honestidad, su contraparte, vas más allá de ser una palabra seductora para un eslogan: es forma de vida que se interioriza desde el seno familiar y se proyecta en la vida pública. Con ella como valor y no como discurso se cumplen compromisos para mejorar la vida en sociedad.
¿No le parece un infortunio que haya muchos mexicanos obligados a convivir con prácticas corruptas al grado de considerarlas normal? Recordemos que, en los tiempos de bonanza económica, cuando ocurrió el llamado "milagro mexicano", el desarrollo nacional permitió que la población en general recibiera beneficios, lo cual impidió ver los errores de los burócratas y funcionarios; ahí se acuñó aquello de que no importa que roben, pero que repartan.
Puesto que la corrupción adquiere distintas modalidades, formas y grados, es preciso trabajar desde la infancia evidenciado sus efectos nocivos. El político y orador francés Jean-Baptiste Henri Lacordaire afirmaba que "la sociedad no es más que el desarrollo de la familia; si el hombre sale corrompido de la familia, corrompido entrará en la sociedad". Significa que la familia tiene un rol protagónico en la tarea de afianzar la decencia, el honor y la dignidad como virtudes.
Tal vez los niños desconozcan que el lobo feroz no devoró a la abuelita de caperucita, sino que la sobornó para ocupar su lugar y así tener la oportunidad de comerse a su nieta. Quizá no sepan que la madrastra de Blanca Nieves la buscó para entregarle una manzana contaminada de la frutería, pues el dueño de esa tienda daba regalos al inspector de sanidad para que no lo multara. Ah, y el caso del hada madrina de la cenicienta no se queda atrás, porque ciertamente ella le concedió un deseo, pero a cambio le pidió dinero, porque tenía que darle una mordida a los de tránsito para que la calabaza, convertida en carroza, pudiera circular sin ningún problema.
Los ejemplos anteriores son —a todas luces— desviaciones de los relatos originales. No obstante, con ellos quiero reafirmar la importancia de enseñar a nuestros hijos, desde edades muy tempranas, las consecuencias de la corrupción, para evitar que se conviertan en algo parecido a los oscuros personajes que en las vidas pública y privada son calificados de inmorales.
El trabajo por delante es arduo, porque así lo exige el desafío de enfrentar uno de los peores males del mundo. Hay que hacerlo tenaz y dignamente, sin perder la esperanza. Por cierto, estas dos figuras contrapuestas, los males y la esperanza, son protagonistas de la historia mitológica de la caja de Pandora. A manera de corolario se las cuento:
Pandora, la mujer curiosa que en la mitología griega Zeus dio por esposa al hermano de Prometeo, en venganza porque este último robó el fuego para dárselo a los humanos, recibió como regalo de boda una caja que contenía todos los males del mundo (los vicios, las enfermedades, el deseo sin límite y el amor a la riqueza). Cuando la abrió, estos males fueron liberados, pero cuando atinó a cerrarla de nuevo, solo quedó en el fondo Elpis, el espíritu de la esperanza, el único bien que la caja contenía y que mereció aquella expresión que solemos repetir con insistencia: "la esperanza es lo último que se pierde".