Carlos Pellicer Cámara fue un poeta peregrino: recorrió lugares emblemáticos del mundo, anduvo a pie, observó siempre con el filtro del asombro que muchos le quitamos a los ojos, veneró a la naturaleza como pocos, estudió mucho.
Podrá parecer curioso, pero algunas de las palabras que he usado para describirlo en el párrafo anterior se asemejan a las que el mismo bardo tabasqueño empleó para referirse al pintor y escritor mexicano Gerardo Murillo Coronado, mejor conocido como el Dr. Atl, en un breve artículo publicado por la Revista de la Universidad de México, en septiembre de 1944.
Quizá es una hipótesis atrevida —¿habrá alguna que no lo sea?—, pero las palabras que Pellicer hilvanaba para describir a algunos renombrados artistas plásticos con los que cultivó una gran amistad, lo describían a él mismo. No es que lo haya premeditado, pero al calificarlos se autocalificaba.
¿No eran acaso los ojos de Pellicer los más extraños aparatos visuales para capturar la realidad sin perder detalle, virtud con la que daba rienda suelta a su motor poético? "En los ojos traía un lucero / que a veces / brincaba por todo el paisaje" (Pellicer, Segador).
¿A poco no la seductora lírica pelliceriana es capaz de pintar de colores hasta el más conmovedor silencio de la naturaleza? "A la izquierda la sierra cambia azules temerosos. / Y a veces, se ilumina / y lava sus colores y se pone desnuda / a recordar senderos y relieves" (Pellicer, Poética del paisaje).
¿Acaso el poeta de América no llegó a mimetizarse con el cielo, la nube, la lluvia, el río, el árbol, como él aseguró pasaba con importantes paisajistas? "Siento que un territorio parecido a Tabasco / me lleva entre sus ríos inaugurando bosques" (Pellicer, He olvidado mi nombre).
Esta tríada de cuestiones induce la respuesta a la hipótesis planteada: sí, las palabras con las que Pellicer expresaba admiración a brillantes artistas del pincel, son las mismas que a la distancia podemos utilizar para describirlo a él.
Hoy, se yergue ante los tabasqueños la valiosa oportunidad de comprobarlo, más allá del sentido que adquieren las palabras. La muestra "Carlos Pellicer. Amistad y Memoria", que se expone en el Centro Cultural Villahermosa como parte de los festejos por el aniversario de la ciudad, es un escaparate para que nuestros ojos perciban en su plenitud la esencia pelliceriana en las obras plásticas de enorme fuerza expresiva que forman parte de su colección particular.
En las salas de la exposición se agolpa la prueba irrefutable de lo que Pellicer dijo de un par de amigos entrañables:
"Los dos grandes paisajistas de América han sido Velasco y Atl. El primero es el más poderoso concentrador de tiempo que ha existido, el genio que paró con freno de aire los tiempos del paisaje. El segundo, AtI, es el pintor del tiempo, el acelerador del paisaje, el maestro genial de la dinámica... Velasco pintó de pie. AtI pinta caminando".
Imperdible es su "ecuación de la gran pintura mexicana: Diego Rivera es a José María Velasco lo que AtI a José Clemente Orozco".
Vuelvo al punto: la grandeza del tabasqueño universal es inconmensurable si, como he señalado, en él confluyen buena parte de los rasgos que ensalzaba de célebres artistas plásticos. Su majestuosa y solemne poesía es, al mismo tiempo, quietud y movimiento.
La exposición es un espléndido regalo para la ciudad, posible gracias a las gestiones del gobierno que preside la alcaldesa Yolanda Osuna Huerta. Villahermosa es la primera ciudad del país en recibirla y estará abierta durante los próximos seis meses. Visítela y déjese cautivar por la magia de Diego Rivera, José María Velasco, José Clemente Orozco, Dr. Atl, Julio Ruelas, Roberto Montenegro, Nahui Olin, Juan Soriano, Lola Álvarez Bravo, Miguel Covarrubias, Mario Alonso Ostolaza y una importante pléyade de creadores más.