En virtud de que tendremos dos candidaturas femeninas fuertes a la presidencia se empieza a escuchar una pregunta: ¿estamos preparados para tener a una mujer como presidenta?
Identifico tres dimensiones desde la cual se puede analizar, tanto la elaboración de la pregunta, como sus posibles respuestas.
Primera dimensión: la cultura patriarcal-misógina. Muy posiblemente, la preocupación tiene raíces masculinas y es tramposa. La verdadera preocupación no es si somos capaces de aceptar a una mujer; la preocupación por detrás es si las mujeres están preparadas para gobernar. Sin duda, la pregunta es bien acogida por hombres que se niegan a reconocer que este mundo no es naturalmente masculino, sino que se ha construido así y que es tiempo, ya, de reconstruirlo igualitariamente. Debemos, más bien, preguntarnos si estamos los hombres preparados para admitir que las mujeres no sólo pueden sino que deben ocupar cualquier posición. Somos los hombres quienes debemos estar bajo análisis, no las mujeres.
Una segunda dimensión: la factual. Gústenos a la mayoría de los hombres o no, me inclino a pensar que a partir del 1 de octubre del año próximo México tendrá a una mujer presidenta. Estemos preparados o no, lo más probable es que así sea (podrían ocurrir acontecimientos extraordinarios que lo impidieran, pero no es éste el momento de ocuparnos de ellos). El que las personas con más probabilidades de alcanzar la presidencia sean dos mujeres se debe, en buena medida, a que serán las candidatas de las dos únicas fuerzas políticas con posibilidades reales de ganar las elecciones. Gústeles o no Claudia Sheinbaum a los electores componentes del voto duro morenista, tendrán que votar por ella. Gústeles o no Xóchitl Gálvez a los opositores del presidente López Obrador y de Claudia, le darán su voto a Xóchitl. El presidente desea tanto retener el poder como sus opositores arrebatárselo. Así que votaremos por una mujer, caiga la acción dentro de nuestras convicciones o no.
Tercera dimensión: la real. Pero más allá de gustos y merecimientos, hay un asunto que quiero resaltar: el hecho de que las posibilidades de que el país tenga por primera vez una mujer presidenta el próximo año es más un hecho fortuito, que una demostración de que hemos sido capaces de superar la cultura patriarcal. Claudia Sheinbaum será la candidata de Morena—y la mujer con mayores probabilidades de convertirse en presidenta—no porque haya crecido el respeto hacia las mujeres en la sociedad mexicana, sino porque así lo decidió el presidente desde que asumió su cargo. No ha sido López Obrador un presidente que echara a andar una agenda en pro de las mujeres; más bien lo contrario. Así, pues, no es descabellado pensar que optó por ella porque piensa que, por ser mujer, es más manipulable y controlable que un hombre. Pero haya sido la razón que haya sido, lo cierto es que es muy posible que veamos a Claudia ocupar la presidencia.
La oposición, por su parte, estuvo tan distraída y perdida como errante a lo largo de estos años, de manera que nunca fue capaz de construir un liderazgo que la condujera a identificar candidatos que pudieran, siquiera, atraer la atención de los grupos a los cuales el presidente nunca gustó ni convenció. Nunca los partidos de oposición sugirieron a una candidata. No insinuaron la posibilidad de promover una agenda feminista. Xóchitl se movía con bajo perfil y si acaso se le mencionaba, era como posible candidata a la jefatura de la Ciudad de México. Sin proponérselo—y contrariamente a sus deseos—fue el mismo presidente el que la proyectó a la posición que ahora ocupa y que la ha convertido en una figura importante, que podría poner en riesgo los planes de continuidad del presidente. Por razones diversas—dignas de análisis—ha sido López Obrador, pues, quien ha promovido el ascenso de una mujer a la presidencia, no nuestros avances culturales.
Este hecho es importante, porque debido a que muchos votarán por una mujer, tal vez con dudas y a su pesar, es muy probable que las evaluaciones que se haga de quien ocupe la presidencia estarán cargadas de prejuicios patriarcales y alejados de la objetividad que requiere un examen racional de los proyectos que se echen a andar. Será, entonces, cuando se haga evidente que no es que las mujeres no estén preparadas para gobernar sino, más bien, que los hombres no hemos superado nuestros prejuicios y que no somos capaces de evaluar la acción femenina, sin deponer o cuestionar siquiera nuestra supuesta superioridad.