Un profesor me dijo que el indígena que gusta es el que está muerto, el que forma parte de la historia, el que es pasado y ruina. El indígena de hoy no gusta, incomoda, por eso se les hace a un lado. En Cancún, hace unos años, escuché en un camión a un señor que decía en voz alta "¿no hay mayas en los hoteles de Cancún? Sí hay, son los meseros, son las mucamas". Hablaba por él mismo, con su traje, saliendo del turno nocturno, camino a su casa. Quería que los turistas lo escucháramos.
El día de los pueblos indígenas se celebró el viernes pasado, se celebran muchas ceremonias en el país, más o menos alegres o solemnes, según se entienda la fecha como algo para celebrar o para conmemorar. Habrá quienes consideren que no hay nada qué celebrar, que los pueblos indígenas siguen en el mismo abandono. Habrá quienes consideren que ser indígena hoy es motivo de orgullo y celebración, simplemente porque sus culturas han sobrevivido.
Hay quien tiene interés en hacer del indígena un objeto de museo. Pero algunos de ellos se sienten dichosos de formar parte de culturas que siguen vivas. ¿Cómo va a ser que 500 años después sigamos hablando de los indígenas? Los indígenas: ese saco conceptual en el que metemos a todos los que vivían aquí antes de la conquista, que son mexicanos también, pero no como los demás. Que son, se dice, los habitantes originarios, sin hacer mayor distinción, cuando fueron diversas naciones, pueblos, con sus complejidades, divisiones y coincidencias. Pueblos que el Estado mexicano intentó absorber, homogeneizar dentro de una única identidad mexicana, una política que se intentó arduamente durante, pero que fracasó (para fortuna de ellos y de nosotros).
Fracasó rotundamente porque medio milenio después de la caída de México-Tenochtitlán, al menos un millón y medio de mexicanos todavía hablan náhuatl. Lógicamente, como el país y el mundo no son los de entonces, tampoco su lengua: el náhuatl es un idioma vivo, como todos los que se hablan, y ha tenido sus transformaciones. Así estos pueblos, sus 68 lenguas que tanto presumimos (cuando no demostamos rebajándolos a dialectos, cuando son idiomas), siguen vivas porque esas culturas sobreviven.
Han tenido (hemos tenido) pérdidas irreparables. No tiene caso llorar sobre los dioses destruidos, los códices quemados, las piezas saqueadas. Porque algo profundo desde esos siglos ha sobrevivido hasta esta era y se ha subido al google, donde hay un traductor de náhuatl -y proyectos para sumar otros idiomas indígenas más-, se han subido al tiktok, al youtube, al internet y a la inteligencia artificial. Es cierto que hay rituales, saberes, de los que no podemos aspirar más a conocer porque fueron borrados sin dejar rastro. Pero hoy los descendientes de esas culturas miran a ese pasado, lo hacen presente y se asumen con orgullo indígenas.
Es claro que no son todos. Que todavía hay muchas personas que no se asumen indígenas (aunque sean hijos de indígenas, nacidos en un pueblo indígena) porque rechazan esa herencia, que ha sido causa de discriminación, que ha estado tan dolorosa y persistentemente asociada con la pobreza. Es cierto que muchos quisieran retomar esa raíz, pero les fue cortada por sus propios padres, en un esfuerzo para que se despegaran y emprendieran hacia otros horizontes, acaso más prósperos.
Por eso es importante tener en cuenta este día de los pueblos indígenas la importancia de no apartarlos de la sociedad en la que participan, o de manera prejuiciosa determinar para qué pueden estar listos o no. Si de la mano de la tecnología es posible preservar y difundir esas culturas, de alguna manera se añade una mayor pluralidad a la discusión global, al mundo, se permiten ampliar perspectivas y enriquecerlas.
Sin embargo, más allá del mundo digital, necesitamos que los indígenas tengan un nivel de calidad de vida digno, no desde un desarrollo que se les imponga desde el paternalismo que los llama "nuestros", como pobrecitos niños que necesitan ser protegidos, sino desde la confianza y libertad para que encuentren su propio camino. Especialmente habrá que preguntarles y escuchar lo que, en su diversidad de perspectivas, tengan que decir sobre para qué sirve o debe servir el día de los pueblos indígenas.