La voluntad popular pesa. Tiene un enorme peso moral, político y económico. Un voto es más que una papeleta que se puede tachar a favor de un partido, candidatura o coalición, un voto es, de fondo, una elección a futuro, una manifestación del acuerdo o desacuerdo sobre cómo se manejan los asuntos públicos de la nación.
Para estar en condiciones de recibir la voluntad popular, respetarla y hacerla efectiva, se requiere muchísimo esfuerzo, así como también mucho dinero. Se despliega un amplio y complejo entramado institucional que implica muchas horas de arduo trabajo físico e intelectual para todos los que participan.
Sin embargo, no todos están a la altura de la responsabilidad. Es cómodo esperar a la noche de la elección para irse a dormir con los resultados preliminares, sin embargo, son apenas contadas las personas que están a la altura de lo que se requiere en un ciudadano que asuma la presidencia de una mesa directiva de casilla. En la pasada elección, fue generalizada en todo el país la situación de que las casillas abrieron tarde, muy tarde, porque muchos funcionarios renunciaron el mismo día.
En estos casos, la ley señala que han de tomarse para esta labor voluntarios de la fila. Pero es muy complicado que la gente quiera asumir ese compromiso, porque de antemano saben que implica estar ahí trabajando todo el día, y quedarse a contar los votos en la noche. El abandono de quienes primero dijeron que sí y luego que siempre no, tiene implicaciones importantes, pues, de entrada, resulta que los funcionarios que se toman de la fila ese día no recibieron la capacitación necesaria y hacen lo que pueden a marchas forzadas.
La situación puede tornarse crítica en la noche, cuando se hace el conteo de votos y se debe llenar diversa papelería antes de volver a integrar el paquete electoral que regresa al consejo distrital. Hacer este trabajo tras el cansancio de todo el día, muchas veces bajo presión de representantes de partido, e incluso de personal de los órganos electorales, hace que la experiencia de servir como funcionario de casilla sea agotadora y que muchos de quienes han participado de ese modo no tengan ganas de volver a hacerlo. Resulta paradójico que mientras muchos altos funcionarios de órganos electorales locales gozan de altísimos salarios y prestaciones, el servicio a la nación de ser funcionario de casilla esté tan mal pagado. Habría que valorarlo más, cívicamente, pero también económicamente. Mismo caso para el trabajo de los capacitadores asistentes electorales.
Si en las casillas los votos no se contaron bien, la suma no cuadra, no se llenó correctamente la papelería o mandan el paquete electoral como pueden, ésto tiene repercusiones directas y puede alargar las sesiones de escrutinio y cómputo en los consejos electorales distritales, al dar pie a que se tengan que volver a abrir los paquetes e incluso hacer recuentos.
La voluntad popular se manifestó de manera avasalladora a favor de la continuidad del proyecto de la cuarta transformación, sin embargo, es posible que en este periodo de impugnaciones que corre haya partidos que sí reclamen, no para darle vuelta a la elección, sino tan sólo para salvar el registro.
Y es que sí, la elección de este 2024 tiene a más de un partido al borde de la extinción, por lo que seguramente los institutos políticos afectados busquen luchar hasta por el último de los votos a su favor. Porque las elecciones no son un simple juego de ganar o perder, cada sufragio representa la posibilidad de tener diputados plurinominales, así como de recibir prerrogativas.
El caso de Jalpa de Méndez, que fue a recuento total porque se presentó una diferencia de menos del uno por ciento, que en los hechos quedó en una diferencia de apenas 85 votos a favor del perredista Isidro López Velázquez, nos recuerda que en democracia cada voto cuenta, y que el entramado institucional y social que hace posible las elecciones debe ser suficientemente robusto para que los resultados tengan validez. Habrá que estar pendientes de que todos quienes resultaron electos estén a la altura de la responsabilidad que ahora pesa sobre sus hombros.