Si el régimen de gobierno no cumple con tal responsabilidad, incluso si agrava una realidad de aberrante injusticia, debe ser derrocado por uno que transforme dicha realidad y provea el bienestar para la mayoría empobrecida.
Tal derrocamiento, en la historia universal, solía ser la revolución armada, hoy desechada visto el poder acumulado en el pequeño sector de la sociedad que se beneficia del estado de las cosas y, por lógica, pretende conservarlo, la única forma real de lograr la transformación es la vía electoral respaldada por la movilización del pueblo mayoritario. Eso fue lo que ocurrió el 1 de julio de 2018 en México dando inicio a la transformación de la vida pública del país, la cuarta en la historia y la primera conducida por la votación en las urnas.
Su consigna: “Por el bien de todos, primero los pobres”, determina su compromiso de proveer al bienestar de la mayoría, para el beneficio de la nación entera. El mismo sector que pretende mantener su estatus de privilegios no puede lograr su bienestar en una burbuja rodeada del infelizaje, el hecho mismo es generador de violencia en su contra y, por tanto, de su malestar. Independientemente de razones morales o ideológicas, el sentido común hace lógico tal razonamiento. Es una desgracia que los prejuicios raciales o ideológicos mantengan obnubilados a los conservadores sin percatarse de la soga al cuello les va apretando, aún en la comodidad de su riqueza, bien o mal habida.
Atender a todos pero dando preferencia a los pobres, comienza por acciones en el orden presupuestal: la implantación de programas de entrega directa de recursos monetarios a los más necesitados, como son los adultos mayores, las personas con discapacidades, los productores campesinos severamente castigados y abandonados, las madres jefas de familia, etc. En todos los casos aplicados de manera universal y sin distingos por preferencias políticas o religiosas y sin manipulación electorera. El aumento sin precedentes de los salarios mínimos, 67% en tres años es otro ejemplo.
Es obvio que la autoridad que aplique tales programas goce del respaldo popular y se le denueste como “populista” de manera despectiva por el sector conservador que lo adversa. También en el orden del manejo de recursos la transformación atañe al combate a la corrupción, comenzando por el cobro de los impuestos a quienes eran beneficiados de condonaciones y privilegios, así como a la eliminación de los altos costos del propio gobierno, incluidos proyectos faraónicos como el del aeropuerto sobre el lago de Texcoco.
En lo político, la transformación implica la clara separación entre el poder político y el poder económico; la eliminación de contubernios entre funcionarios públicos y negocios privados. La recuperación del poder del Estado para conducir el desarrollo que privilegia al bienestar social, revirtiendo (o procurándolo) el desmantelamiento propiciado por el neoliberalismo o exigido por el poder de los organismos financieros internacionales. Me refiero a los múltiples organismos “autónomos” que suplantan la autoridad del estado, generalmente en detrimento del mismo, encadenándolo a mantener las políticas tecnocráticas neoliberales. De ahí que ni para financiar proyectos ni para combatir los efectos de la pandemia se haya recurrido al endeudamiento externo o interno, y sin devaluaciones en la moneda. Es ampliar los grados de libertad de un estado comprometido con el bienestar social.
Ingredientes fundamentales del bienestar son la educación y la salud públicas. Por razón de espacio me refiero a la segunda. La transformación implica dotar de servicios de salud de calidad a toda la población, sea o no derechohabiente del Seguro Social. Con retraso originado por la necesidad de atender la pandemia (cosa que se procesó con excelencia) avanza estado por estado la estructuración de los servicios asimilados al exitoso programa del IMSS-Bienestar. Se asegura la dotación gratuita de medicamentos, después de destapar la cloaca de la corrupción en ese gigantesco negocio.
Queda mucho más por comentar en esta materia. En artículos siguientes habré de abordarlos. Sólo acabo mencionando que es un gran bienestar social reconocernos como mexicanos y como protagonistas de esta transformación.