Piensan que la transfobia es un mito, que no existe o es inofensiva, cuando afecta directamente a las mujeres, especialmente a las deportistas. Además de ser de alto rendimiento, se les exige que cumplan ciertos estándares de "feminidad" o belleza que por lo general se requiere socialmente a las mujeres. Que se maquillen, que luzcan su cabello, que se vean lindas, amables, incluso tiernas. Por la propia naturaleza de sus actividades, es frecuente que las deportistas necesiten desarrollar músculos, que pierdan grasa de sus caderas, tiene que vestir no para lucir sus pechos sino para tener el mejor desempeño posible.
Ver a una mujer fuerte, agresiva, imponente, a muchas personas les resulta ofensivo, intolerable. En vez de valorar el esfuerzo deportivo, muchos de los que dirían que defienden a las mujeres les niegan su respaldo a la hora de perseguir sus metas, incluso cuestionan su sexo y su género. Una postura que se origina en el más básico machismo, que se agudiza a medida que arraiga la transfobia.
Fue vergonzoso ver esa actitud hacia la subcampeona mundial en judo, Prisca Awiti. No obstante traer la primera medalla olímpica en esa disciplina a México, con la relevancia histórica que eso tiene, varios en vez de reconocer su mérito se dedicaron a cuestionar si ella es mujer. Como si alguien pudiera colarse a una competencia de ese nivel pasar los diversos filtros que hacen falta.
La situación fue más agresiva y evidente con la polémica en torno a la boxeadora Imane Khelif, luego que en su primer combate en esta edición de los Juegos Olímpicos derrotó a Angela Carini en menos de un minuto. La argelina quiso dar la mano a la italiana, a lo que ésta se negó, y cuando fue cuestionada declaró que la pelea había sido injusta, que nunca la habían golpeado tan fuerte. Esos dichos bastaron para que diversos medios de comunicación y figuras reconocidas acusaran a Khelif de ser una mujer trans, de ser un hombre que se percibe mujer. Se pusieron sobre la mesa estudios de género de la argelina -cuyos resultados no se dieron a conocer públicamente-, se dijo que es una atleta intersexual, que sus cromosomas son XY.
Después de todo el escándalo, el Comité Olímpico Internacional tuvo que salir al quite. Imane Khelif nació mujer, fue registrada como mujer y boxea como tal. La italiana Carini se disculpó con ella, dijo que no había sido esa su intención, comentó que si se le permitió boxear a su oponente en la categoría femenil, ella lo respetaba y anunció su retiro del boxeo. No obstante, el daño está hecho. Para muchos, la argelina no es mujer, ni volverán a considerarla como tal.
Para oponerse a la aceptación de las personas transexuales, particularmente de las mujeres trans, muchos hablan del "borrado de mujeres". ¿Cómo calificar de otro modo lo que sucede cuando a una mujer, nacida mujer, simplemente por no parecer suficientemente femenina, o por tener alguna cuando, sostienen, un hombre se hace pasar por mujer al asumirse mujer trans y ocupar un lugar que deberían tener mujeres. Aunque la regulación al respecto tiene sus complejidades, parece que han sido más las mujeres que sin ser trans son borradas de facto por quienes les quitan de facto su calidad de mujeres simplemente por no cumplir ciertos estándares de feminidad.
Me han dicho que si la argelina no es trans, no puede hablarse de transfobia. Que el problema es deportivo. Si lo fuera, había de dirigirse las quejas al Comité Olímpico. Pero no hay ninguna irregularidad, el problema es social: parece que si las mujeres no complacen con su apariencia, es válido cuestionarles su género. Parece que si no se cumplen ciertos estándares, cualquiera puede venir a acusarnos de ser hombres, de ser trans. Ya ha pasado que a mujeres poco femeninas otras que confunden el feminismo con la transfobia las agreden en el metro, o en el tianguis de ropa. Hay un problema social. Se quiera reconocer o no, en la era en la que tanto se presume la supuesta igualdad entre hombres y mujeres, el empoderamiento, la libertad que han alcanzado las mujeres, la realidad es que enfrentamos nuevos escenarios de violencia por el simple hecho de atreverse a no cumplir ciertos estándares de belleza. Como el machismo de siempre, pero redoblado con elementos de transfobia.