Temporada de fin de cursos, vacaciones, graduaciones, lluvias y calores. El verano forma parte del ciclo anual en el que para algunos el gozo del descanso o los logros alcanzados se sigue del agobio para continuar con otro ciclo hasta el invierno: trámites para inscripciones, compra de útiles escolares, otro año de comprar zapatos y uniformes porque los de antes ya no se pueden usar más.
Las escuelas y universidades como infraestructura también tienen sus ciclos. Aunque la educación es gratuita según lo ordena la constitución, y los gobiernos tienen la obligación de contribuir al mantenimiento de los planteles a su cargo, en muchas escuelas los recursos no alcanzan. Menos cuando se tiene la ambición de instalar climas para que los estudiantes estén más cómodos durante los arduos calores, que todavía no terminan.
En ese sentido, es válido y loable que los padres de familia se organicen para tratar de mejorar las instalaciones donde pasan tanto tiempo sus hijos aprendiendo, conviviendo con otros niños y jóvenes de su edad. Quién que tenga hijos no se va a preocupar por que los baños de la escuela estén en condiciones dignas, que las instalaciones sean seguras, que los estudiantes tengan las condiciones necesarias para prestar atención (ese recurso cada vez más escaso y necesario).
¿Se vale cooperar para comprar pintura, jabón, escobas, trapeadores, para instalar un clima o pagar la cuenta de la luz? Sí, se vale, como perfectamente es válido también si en alguna escuela no se ha contratado personal de intendencia que los padres de familia paguen a alguien que haga ese trabajo, o se organicen ellos mismos para lo necesario, si acuerdan que hace falta. Lo que no es válido es intentar condicionar a nadie para que coopere un peso o ponga por la fuerza su trabajo.
Algunos pensarán que es injusto que los hijos de quienes no ponen su cuota se beneficien de la cooperación y organización de los demás. Lo cierto es que el derecho a la educación está muy por encima de sociedades de padres de familia o acuerdos de directores y maestros. La educación que proporcione el Estado es gratuita, es decir, totalmente gratuita, por lo que a pesar de que muchas veces se acostumbra, ni siquiera está permitido condicionar el acceso a la educación a portar un determinado uniforme, pagar una cuota de inscripción, llevar escobas, trapeadores o cualquier otro insumo.
No obstante, la mayoría de los padres están dispuestos a hacer un esfuerzo económico importante para que sus hijos vayan a la escuela con el uniforme que se pida, procuran pagar la cuota y estar al tanto. En las ceremonias de graduación, que ahora se estilan hasta para el kinder, primaria y secundaria, las familias ponen empeño en comprar a sus hijos zapatos nuevos, camisas y pantalones de vestir para los varones, zapatillas, maquillaje y vestidos para que sus hijas parezcan señoritas o princesas, aun cuando todos sean apenas unos niños. Personalmente no me gustan esas ceremonias porque me parecen hechas para satisfacer al adulto, como que son más los padres los que celebran que pudieron sacar adelante a sus hijos que los niños los que festejan que culminaron una etapa escolar, que siendo niños quizá preferirían jugar en vez de entacucharse y bailar valses o cualquier otra música que en realidad no les gusta y les hace sentir incómodos. En cambio, me parece más enriquecedor ver a niños y jóvenes ejecutar danzas folclóricas, que reafirman la identidad y la cultura locales.
Al final, es un poco cuestión de gustos, así como de posibilidades. No todos los estudiantes tienen para pagar la foto, la toga, el birrete. A veces la sencilla ceremonia de una comida familiar es suficiente para no dejar pasar el fin de un ciclo y el inicio de otro. A veces hay familias que deciden salir a vacacionar sin preocuparse porque el niño debe alguna materia, quién sabe cómo se van a enterar de los exámenes, quizá el maestro les avise. Un verano más, tan parecido a tantos otros, sin embargo, único en sí mismo y para cada uno, porque igual que todos los demás veranos, éste no volverá.