A modo de conclusión de las recientes seis entregas sobre mi balance sobre el personaje y sus acciones.
Crecer en Tepetitán, Macuspana, pernoctar en la UNAM con apoyo de la casa del estudiante Tabasqueño, acompañar los días políticos de Carlos Pellicer y comenzar actividades profesionales en la región Chontal, son los signos de una cadena que conduce a la palabra austeridad.
Si algo opone al Presidente Andrés Manuel López Obrador y la clase política mexicana es su concepción del dinero: la visión sobre lo material y su importancia para forjar o no identidad humana. AMLO, en su biografía política, está lejos del oro. Desmiente la frase de Carlos Hank González, prócer del Grupo Atlacomulco y símbolo de corrupción dorada: "un político pobre es un pobre político". En cambio, "lo que no suena lógico, suena metálico", fue de las frases más utilizadas por AMLO en sus conferencias matutinas.
Austeridad: señal de identidad y escudo de protección frente a las sirenas del poder, que incluyen presupuestos anuales de 7 billones de pesos. También, impronta ética a la política mexicana, esa política históricamente huérfana del árbol moral que no da moras y vale lo que la finca de AMLO en Palenque.
"AMLO, el empecinado", fue alguna vez el título de una Escala Crítica que firma Víctor Manuel Sámano en estas páginas. Comparto el adjetivo ´empecinado´, que describe con claridad e intensidad la perseverancia política de López Obrador inmerso en varias batallas desiguales -antes de llegar a la Presidencia-, pero no por ello derrotado. Apunto aquí una inferencia sobre el adjetivo ´empecinado´: si se rebusca en la historia, vemos que en el siglo XIX español vivió Juan Martín Díez, por sobrenombre ´el empecinado´. ¿Quién fue? Ni más ni menos que el más notable guerrillero contra la invasión napoleónica (1808-1814), organizador de la resistencia campesina ante las estrategias, intromisiones y avances del ejército francés. La inferencia no es gratuita: sin duda, AMLO tuvo en la mira de su empecinamiento al poder oligárquico que fusionó poder político y económico en el modelo neoliberal que por 36 años (1982-2018) gobernó para las élites. La perseverancia política de su lucha social y al revés, la perseverancia social de su lucha política, le otorgaron ante millones de mexicanos una cualidad ética de la que carecieron sus adversarios. De ahí su alto nivel de aprobación ciudadana en las encuestas (de todo tipo) al término de su mandato: 70% y más.
¿Puede el poder tener, para su funcionamiento, mirada ciudadana? Es harto difícil, pero se puede. El ángulo popular de la comunicación gubernamental de AMLO es el efecto, no la causa, de este viraje en el ejercicio del poder político. La mirada ciudadana no fue utopía idealista sino identidad con estrategia para enfrentar conflictos contra poderes fácticos. Gobernando con mirada ciudadana y cercanía popular, a ras de terracería, AMLO pudo encarar conflictos que identificaba como batallas que tenían que pelearse sí o sí, en el primer piso de la 4T. Sacudir la estructura gubernamental y empujar el cambio de régimen. Quedan otras batallas, quizás a librarse con otras estrategias, en el sexenio de la Doctora Claudia Sheinbaum. No será lo mismo el tiempo del segundo piso 4T. Y no se requiere lo mismo en sentido estratégico político: la mirada ciudadana tiene que ampliarse sobre la base de la prosperidad compartida. ¿Adiós a la polarización como ubicación franca de adversarios?
Más allá del futuro por forjar, impredecible e incierto, queda presente el trabajo empecinado de quien se despide por voluntad propia de la vida pública. Con austeridad llegó, vio y venció. ¿Con austeridad se marcha? La mirada ciudadana, en plazas y encuestas, lo avalan. De ahí que el adjetivo ´histórico´ para este sexenio no resulte una hipérbole.