Uno de los inconvenientes políticos de la ultraderecha mexicana, es su desprestigio, su inmoralidad y, por ello, su falta de legitimidad para gobernar a México. Esto lo sabe la mayoría de los mexicanos que con su voto ha reprobado a esa burguesía y clase gobernante.
La mayoría de los mexicanos sabe también que la minoría de multimillonarios de México se formó al vapor en los últimos treinta años. Varios de esos inmensos capitales fueron producto de un régimen corrupto. Inmensos capitales fueron procreados con las privatizaciones de los bienes de la Nación para beneficio de la misma clase gobernante. Fueron privatizaciones hechas al vapor por la política neoliberal iniciada por Carlos Salinas de Gortari en 1989 para beneficio de sus amigos, socios y familiares.
Y la inmoralidad de este proceso no sólo estriba, además, en que empobreció a 62 millones de mexicanos y procreó a seis millonarios ricos que poseen más riqueza que la que posee la mitad de los mexicanos. La inmoralidad de ese proceso se debe, además, a que se realizó de manera arbitraria y corrupta, por encima de la Constitución y traicionando a México, pues buena parte del patrimonio nacional privatizado, se entregó a extranjeros: los bancos, las minas y la industria energética, por ejemplo.
Y en torno a ese proceso que benefició a unas cuantas familias, se nutrió una amplia gama de medianos empresarios, de políticos, burócratas, periodistas, comentaristas e intelectuales corruptos, beneficiada también por el régimen de corrupción. Éstos, al perder sus canonjías, prebendas y privilegios, se le han tirado a la yugular a López Obrador y al gobierno de la 4T.
Pero lo que nos ocupa en estos comentarios no es sólo la inmoralidad o pérdida de legitimidad de esa burguesía económica y política para gobernar a México; lo que nos ocupa y preocupa también es su ineptitud para dirigir los destinos de nuestra nación: en los recientes sexenios quedó en evidencia esa ineptitud. Un proyecto de Nación les quedó grande, su proyecto se nutrió en motivos egoístas y familiares. Y esas familias multimillonarias de la cúpula no son México.
Nos preocupa, además, que la brecha entre ricos y pobres, que se abrió aún más por los gobiernos neoliberales de los últimos años, alcanzó niveles peligrosos para la estabilidad política y social de nuestro país. Me atrevo a pensar que esa brecha ya no hubiera soportado más recetas empobrecedoras del neoliberalismo económico, ni el pueblo mexicano hubiera soportado otro fraude electoral.
Su ineptitud y desprestigio llegó a tal grado que ya no tuvieron un candidato presidencial convincente para las elecciones del 2018. Meade y Anaya nos parecieron meras figuras de arlequín.
Un fraude más en las votaciones del 2018 hubiera sido de consecuencias desastrosas para México; quizá hubiera generado una violencia social de magnitudes incontrolables; o quizá hubiera orillado a la clase rica a propiciar un gobierno autoritario y militar para preservar su poder. La historia nos dio muestras que la “mafia del poder” no tuvo más opción que aceptar el triunfo evidente de AMLO y de Morena.
Me atrevo a pensar también que el triunfo legítimo de Andrés Manuel en el 2018 y que la derecha se vio obligada a aceptar, le ha dado un respiro a nuestro país; nos alejó de una posible y explosiva convulsión social o quizá de un gobierno autoritario.
Y López Obrador, ni ha caído en radicalismos izquierdosos como vaticinaban sus detractores con la amenaza de la venezolización. AMLO ha respetado el capital, la propiedad privada y la economía de mercado; lo que está haciendo es limpiando y saneando el chiquero que le dejaron sus predecesores. La mayor prueba de ello es que México es hoy uno de los países más confiables para la inversión extranjera. No lo digo yo, revisen los datos de la inversión extranjera en México en los últimos tres años.
Tampoco el gobierno de la 4T ha caído en excesos populistas que nos hubieran hundido en una crisis económica monetaria y financiera como las de 1976 y 1982 al finalizar los sexenios de Echeverría y López Portillo. Por el contrario, México es el país que tiene su cartera de crédito más limpia dentro de los miembros del Fondo Monetario Internacional. Durante treinta años no se pagaba el servicio de la deuda. Con el actual gobierno sí se está cumpliendo con ese compromiso. La paridad peso dólar no sólo se ha mantenido; en los últimos días la moneda mexicana acaba de lograr un avance porcentual respecto al dólar.
Para todas las magnas obras que ha venido realizando el gobierno de AMLO no se ha recurrido a deuda; tampoco se recurrió a deuda para comprar la refinería Deer Park en los Estados Unidos; tampoco se recurrió a deuda para invertir los 37 mil millones de pesos para rescatar las seis refinerías que dejaron abandonadas los gobiernos del PRIAN. Ni se pidió prestado para comprar las vacunas y enfrentar la pandemia del COVID-19.
Por su seguridad la oposición debe entender lo siguiente: si ellos hubieran seguido en el poder con su política neoliberal, corrupta y de saqueo, de más endeudamiento y devaluaciones, el país hubiera caído en una situación de inestabilidad política y social muy peligrosa que hasta los poderosos hombres del dinero hubieran salido perdiendo.
Aunque suene paradójico, Andrés Manuel no sólo ha gobernado para bien de una Nación estable, también le vino bien a esa miope elite burguesa. (*Catedrático universitario)