Andrés Manuel López Obrador está concluyendo su gestión como Presidente de México de manera muy cercana a como lo programó siempre, aún antes de ganar elección alguna. Su concepción va mucho más allá del periodo sexenal, va al profundo cambio de régimen. Al día siguiente de triunfar en la elección presidencial de 2018, diseñó su proyecto para trascender por mucho tiempo más sin caer en la trampa de la relección. Tendría que lograr una sucesión que garantizara la progresión del proyecto de transformación del país, navegando en un mar proceloso y librando obstáculos en todos los frentes tanto nacionales como internacionales.
El propósito fue principalmente conquistar el respaldo popular, ya no al candidato sino al gobernante y triunfó. Se jugó el pellejo en asuntos delicados afectando intereses muy pesados, comenzando por la cancelación de la obra del aeropuerto en el Lago de Texcoco; ahí pintó su raya y tomó el reto de hacer el impostergable aeropuerto en Santa Lucía, enfrentando una feroz campaña en contra. Tomó la difícil decisión de entregar la obra a los ingenieros militares, y también triunfó. Además, aprendió que en el ejército existía una enorme capacidad subutilizada y que, al utilizarla, colocaba a los militares en su apoyo ante los peligros de golpismo orquestados por sus opositores. Este elemento le fue de gran utilidad durante todo el sexenio brindándole una eficaz base de sustentación.
En paralelo creó los programas sociales de bienestar, tanto por la convicción ideológica de dar prioridad a los pobres y a los jóvenes, como por la creación de una mayor base de apoyo popular, ambos objetivos logrados con amplitud. Pero, además, la entrega directa de recursos a la mayoría marginada le rindió magníficos resultados en el fortalecimiento del mercado interno y en crecimiento de la economía.
A contrapelo de los dictados de los organismos financieros internacionales, AMLO emprendió grandes proyectos de obra pública. El Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, el Tren Interoceánico, la terminación del Tren El Independiente de México a Toluca, la recuperación de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad, las presas y distritos de riego, y de manera distinguida el arranque del sistema de salud para el bienestar, mostrado ejemplarmente en el combate a la pandemia.
La hacienda pública jugó el papel central en todo este proyecto. El presupuesto fue clara e insistentemente definido como dinero del pueblo, que no del gobierno que tan sólo lo administra. Constitucionalmente se prohibió la cancelación de impuestos; se combatió la corrupción en compras y contratos gubernamentales y se adoptó rigurosamente la austeridad republicana. Esta atinada conjunción brindó una billonaria disponibilidad de recursos para soportar los programas de bienestar y la ambiciosa obra pública.
López Obrador tuvo siempre la animadversión del empresariado y de los grandes capitales; de no haber sido así los hubiera inventado; todo liderazgo requiere de adversarios a quienes atacar y derrotar. Pues los tuvo y muy pesados. Aquí fue la Conferencia de Prensa Matutina o Mañanera la que le brindó la oportunidad de exhibir ante la población las trampas y marrullerías de sus oponentes, sin violar sus derechos ni reprimir expresión alguna. Casi toda la prensa en contra solamente logró aumentar su popularidad; el pueblo se informó e hizo conciencia. La Revolución de las Conciencias amarró el tamal completo y consolidó la continuación de la transformación mediante un muy cuidado proceso electoral. Claudia Scheimbaum será la muy fortalecida continuadora del proyecto transformador.
Andrés Manuel deja un otro México que está siendo posible y la gente está muy contenta.
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