El pasado domingo, la presidenta Sheinbaum informó acerca de los primeros cien días de su gestión y refrendó su compromiso de continuar con la llamada transformación echada a andar por su predecesor y mentor. Al día siguiente, en el Museo Nacional de Antropología expuso el Plan México, destacando sus ambiciosos objetivos y metas. Ambos eventos tuvieron lugar unos días antes de que Donald Trump recupere la Casa Blanca.
Así, en días subsecuentes, la presidenta festejó al más viejo rancio estilo priista, quedó bien con López Obrador y delineó el México que en verdad le gustaría crear. Extraña fusión de pasado y futuro, a días de que se inaugure una presidencia norteamericana de cuyo comportamiento dependerá que el gobierno de Claudia Sheinbaum sea capaz o no de diseñar estrategias sólidas para encaminar a México hacia el grupo de las mejores economías del mundo o, por el contrario, termine por hundirse por las pesadas fuerzas e inercias del pasado.
Sin duda, el diseño de la conmemoración de los cien días obedeció al interés de la presidenta en refrendar las alianzas con las amplias bases del partido, pero buscaba, fundamentalmente, mandar mensajes tanto a los diferentes grupos a su interior, como al mismo ex presidente. Seguimos la línea trazada; daremos continuidad a las políticas puestas en marcha el sexenio anterior. Que la presidenta continúe repitiendo la parte sustancial del discurso lopezobradorista y recurriendo al uso del acento pretendidamente tabasqueño hace pensar que el expresidente, por lejos que se encuentre, mantiene atención cuidadosa sobre su decir y hacer.
El Plan México, en cambio, corresponde a otra lógica. Es un proyecto creado con la intención de que los mexicanos pensemos, ahora, en el futuro. El objetivo principal, convertir a la economía mexicana en la décima mejor del mundo. López Obrador jamás tuvo en mente el porvenir. Su discurso se elaboró siempre alrededor de un pasado mítico y caricaturesco que nos heredó entuertos que había que desfacer y, al parecer, el espíritu histórico le habría encargado a él esa pesada, pero heroica, proeza.
No obstante, no bastan las buenas intenciones para alcanzar las metas incluidas en el documento. ¿Cómo echar a andar un plan cuando las condiciones económicas, políticas, sociales, jurídicas y de gobernanza se modificaron en los últimos seis años de tal manera que el estado que hoy propone su implementación es el principal obstáculo para su realización? Para que México pueda proyectarse al grupo de las mejores economías del mundo debería registrar un crecimiento anual de entre cuatro y cinco por ciento durante estos seis años del mandato de Claudia Sheinbaum. Esto exigiría fuertes inversiones para mejorar y ampliar tanto la infraestructura de transporte y movilidad como la digital. Exigiría elevar la productividad, lo que significa tomar a la educación, la adopción de tecnología avanzada y la reducción de la economía informal como prioridades. Ni hablar que la diversificación económica y la ampliación de la base tributaria al tiempo que combatir la evasión fiscal tendrían que ser acciones impostergables. Por supuesto, habría que ampliar la inversión extranjera directa. El plan prevé atraer para 2030 cien mil millones de dólares. 2024 cerró con poco más de 38 mil millones, lo que representó un crecimiento del veinte por ciento respecto de 2018.
Se antoja difícil, pues, que el Plan México se vuelva realidad. ¿Cómo promover las políticas conducentes cuando el ex presidente aún tiene control del poder legislativo; cuando su hijo maneja el partido oficial; cuando buena parte del territorio está en manos de las organizaciones criminales; cuando el Poder Judicial renovado electoralmente se convertirá muy probablemente en ineficiente, inoperante, más corrupto y dependiente del Poder Ejecutivo; cuando un buen porcentaje de los recursos presupuestales están destinados a los programas sociales; cuando los sistemas educativos y de salud han sido abandonados y su calidad, que no era buena, se ha degradado considerablemente y cuando, en unos días más, Donald Trump asuma la presidencia norteamericana y haga avanzar su cruzada contra la migración, los cárteles mexicanos y el tratado de libre comercio trilateral?
Claudia Sheinbaum y México están atrapados entre la pesada herencia lopezobradorista, la necesidad de retomar un rumbo diferente y la voluntad de un psicópata autócrata norteamericano que se asume el arquitecto de lo que él cree que debe ser el nuevo mundo girando alrededor de su "América grande".
El Plan México habría tenido más probabilidades de concretarse seis años atrás, antes de que se desmantelaran instituciones, prácticas y hábitos que podrían haberlo encaminado. Ahora, su ejecución se antoja no sólo difícil, sino muy complicada.