"Convocatoria a la paz" y "¿Qué ha sido del bien común?", entre ellas. Sin embargo, finalmente opté por "Actos humanos", título de una obra de Han Kang, Premio Nobel de Literatura 2024. En este libro, la escritora surcoreana rinde homenaje a las víctimas de la masacre en su ciudad natal, dando voz a los mártires de la dictadura. La obra explora las heridas colectivas, la represión y la violencia humana. Pensé que, en última instancia, todo lo que ocurre a nuestro alrededor, ya sea bueno o malo, no deja de ser un acto humano.
En el apartado denominado "Hierro y sangre", la autora escribe: "Hay recuerdos que no cicatrizan nunca. Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo y todos los demás se van borrando [...]. Ahora me gustaría hacerle a usted una pregunta: ¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza? ¿Lo de la dignidad humana es un engaño y en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones? El que no dejemos de humillarnos, destruirnos y masacrarnos, ¿es la prueba que ofrece la Historia acerca de la naturaleza humana?" (edición de Random House, p.125).
Son preguntas crudas, sin duda, y es probable que las respuestas, si las hubiera, no sean menos difíciles. Fragmentos como este nos invitan a hacer un alto en el camino y reflexionar en torno a la esencia y nobleza del ser, especialmente en una época como la actual, donde los buenos deseos hacia quienes nos rodean se han vuelto la norma del comportamiento esperado.
En lo que podríamos considerar el periodo más luminoso del año, cuando las fiestas decembrinas nos convocan a la reunión y a la introspección, surge una oportunidad inigualable: liberar los sentimientos de paz y concordia que, en un mundo herido por la violencia, la confrontación y el egoísmo, suelen quedar relegados a las sombras.
Es común que en estas fechas nos deseemos respeto y armonía, y que hagamos votos por la solidaridad con quienes viven en condiciones más vulnerables. Sin embargo, debemos lograr que las palabras se transformen en acciones. En su sabiduría intemporal, el poeta y filósofo cubano José Martí nos recordó: "La felicidad existe sobre la tierra, y la mejor manera de conquistarla es con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo y la práctica de la generosidad". Hoy, sus palabras resuenan como un eco necesario en la construcción de un mundo mejor.
La paz, como han señalado pensadores de todos los tiempos, es más que la simple ausencia de conflicto: es un estado activo que nace del cultivo de virtudes individuales, la búsqueda de justicia social y una conexión profunda con principios trascendentales.
La filosofía griega, piedra angular del pensamiento occidental, ofrece lecciones perdurables sobre este tema. La triada grandiosa de Sócrates, Platón y Aristóteles converge en la importancia del equilibrio interno y externo para alcanzar la armonía.
Para Sócrates, una vida justa era el camino hacia la paz interna, ya que solo quien comprende su propia naturaleza puede actuar en equilibrio con los demás. El autoconocimiento, según él, es el primer peldaño hacia la concordia. En una línea similar, Platón, su ilustre discípulo, exploró en "La República" cómo una sociedad podría alcanzar la armonía colectiva. La paz surge cuando cada individuo desempeña su papel en la sociedad según sus capacidades naturales, y cuando las tres partes del alma (razón, espíritu y deseo) están en equilibrio.
Aristóteles, por su parte, definió la felicidad (eudaimonía) como el objetivo supremo de la existencia. En su "Ética a Nicómaco", subraya que esta felicidad se alcanza mediante el cultivo de virtudes individuales y colectivas, y viviendo en equilibrio y comunidad. Para el oriundo de Estagira, la armonía es un estado natural al que accedemos cuando nuestras acciones están alineadas con la excelencia y el bien común.
Las lecciones de los clásicos no son simples remansos del pasado; son faros que nos guían en estos tiempos de convulsión e incertidumbre. Como los griegos nos enseñaron, la paz comienza en nuestro interior y se proyecta hacia el mundo.
Por lo tanto, este diciembre debemos trascender las fronteras del discurso: es el momento de actuar y regalar no solo objetos, sino también esperanza, semillas de solidaridad, respeto y justicia. Sembremos en nuestras familias y comunidades la armonía que tanto necesitamos y convirtámosla en un recuerdo que nunca cicatrice. ¡Felices fiestas!