Tres sucesos de esta semana muestran con nitidez plena la orientación hacia y el uso del poder por parte del presidente López Obrador, así como prefiguran la propuesta que, a través de su organización, Morena, hará a la ciudadanía en las elecciones del año próximo.
Las discusiones—que no debate—sobre la asignación de recursos para la asistencia a y la recuperación de Acapulco, por una parte; el anuncio del ministro Arturo Zaldívar de dejar su cargo en la Suprema Corte de Justicia y sumarse al equipo de campaña de Claudia Sheinbaum, por otro, y finalmente, el anuncio realizado por la aduana de Hong Kong del decomiso de poco más de una tonelada de metanfetaminas provenientes, supuestamente, de México y empaquetadas en sacos de Segalmex, analizados por separado, y en conjunto, dejan claros cuatro asuntos. Primero, López Obrador considera que ha sentado las bases para hacer prevalecer su intención de crear un gobierno controlado por una persona, él. Segundo, que las posibilidades de conservar el poder, si no son absolutas, son muy altas. Tercero, que sólo hacen falta medidas que apuntalen un avance seguro a su proyecto hacia el futuro de mediano y largo plazo. Finalmente, detener la producción de estupefacientes y su distribución internacional no es una prioridad en ese proyecto. Por el contrario, podría seguir resultando funcional, si bien podría complicar aún más la relación con el gobierno norteamericano.
La forma en la que se decidió en el Congreso no destinar recursos en el presupuesto federal a Acapulco exhibió las razones por las que Otis no fue atendido debidamente por la presidencia. Cuando se dio a conocer la intensidad del fenómeno se supo que devastaría a buena parte de Guerrero y que, por tanto, habría que destinar enormes cantidades de dinero para asistir a los miles de damnificados y recuperar el bastión económico no sólo del estado, sino del sector turístico nacional. Minimizar Otis justificaría la poca atención gubernamental y eliminaría la exigencia de fuertes inversiones en el estado. Un tardío y tímido tuit, una camioneta atascada en el lodo, la corrección en el número de municipios afectados, la descalificación de las protestas y la finalización del estado de emergencia fueron parte del guion que se cerró con la aprobación de un presupuesto que, por primera vez en muchísimos años, ignora por completo a una zona de desastre y provoca confrontaciones en el Congreso que más que avergonzarnos deberían ponernos en guardia: es una primera llamada del futuro que nos espera.
Pero también desnudó a la fracción parlamentaria morenista: está compuesta de siervos del presidente—que no de la nación. No fue posible evitar, sin embargo, que, se evidenciaran las diferencias internas. La diputada Ávila, alineada con Ebrard, denunció la línea impuesta desde Palacio Nacional. Acapulco terminó por no importarle a nadie. Marcelo se encargó de hacer ver que todavía patalea y el presidente de mandarlo al diablo y dejar claro su mensaje: sólo él se importa y nada merece atención que no sean los programas y las obras que le permitirán la permanencia.
Zaldívar no tuvo el menor empacho en mostrarse como en realidad es. ¿La independencia que mostró frente a Calderón no fue, en realidad, resultado de una convicción constitucionalista, sino una primera muestra de su afinidad política con López Obrador? El descaro que exhibió en su carta y en la fotografía con Claudia permiten la especulación. ¿Un ministro recio, con claros principios republicanos puede llegar a traicionarse de esa manera? Me cuesta trabajo creerlo. La renuncia no deja lugar a dudas: está negociada con el presidente para que éste pueda nombrar un ministro que será leal (lo dijo abiertamente en su conferencia matutina, el miércoles) los próximos quince años. Pero hay más: López Obrador va con todo por la mayoría calificada. Zaldívar se retiró para ocuparse, muy posiblemente, de formular el proyecto de ley tendiente a conseguir una Suprema Corte elegida popularmente. Lo sabemos ya, pero no está de más repetir, insistir: López Obrador será feliz el día que el Poder Judicial tenga un comportamiento tan nefasto y servil como el que sin pena ni remordimientos tuvo la bancada oficialista el miércoles pasado. El proyecto es, claramente, un país de un hombre.
La carga confiscada en Hong Kong no recibió sino una tímida negación de las autoridades mexicanas. No se ha hecho pública la intención de investigar a fondo para dirimir quién, por qué y cómo hizo llegar esa cantidad de droga (sin precedentes en la historia de Hong Kong) de droga. Es imperativo que se aclare cómo salió ese cargamento de aduanas controladas por la Marina, quién entregó, hurtó o falsificó los costales de una institución estatal y quién la comerció. Frente a estas cuestiones hay silencio. No obstante, en los Estados Unidos el hecho no pasará desapercibido. Las presiones arreciarán. Los republicanos nos tienen en la mira. Mientras tanto, en México debemos preguntarnos: ¿alianzas con el crimen organizado facilitan la construcción de ese país de un hombre?