Nos recuerda Carlos Elizondo Mayer Sierra que a los que llamamos en México chapulines, esos políticos que se cambian de partido, en España les llaman chaqueteros, palabra que implica un reclamo más fuerte al oportunismo.
La palabra chapulín tiene un toque leve, de ironía cómplice, muy mexicana, para una conducta políticamente deleznable y corruptora.
Chaquetear o chapulinear denuncia la falta de convicciones del chapulín/chaquetero, suaviza o dispensa la presencia de los políticos oportunistas que se visten con las siglas que les convienen, muchas veces para volverse contra las siglas de donde eran.
Lo hacen con furor de conversos: antipriistas hablando pestes del PRI, antiperredistas hablando pestes del PRD, antipanistas hablando pestes del PAN.
Hay que subrayar en los chaqueteros/chapulines no sólo el oportunismo con que se mudan de partido, sino la enjundia con la que defienden sus nuevas chaquetas y atacan a las viejas.
Esto, empezando por el Presidente y terminando por el último chapulín que haya cambiado de chaqueta en estos días de grandes alternativas para oportunistas, porque está girando en todos los frentes la tómbola de candidaturas de este año.
No sé cuántos militantes de Morena puedan decir que han hecho política sólo en ese partido, sin haber traicionado o abandonado una chaqueta previa.
Serán muy pocos. Todos los demás tienen por ahí una vieja declaración donde insultan al partido que dejaron o insultaron a Morena y hasta al propio AMLO, antes de cruzar el Jordán guinda y ser absueltos de sus pecados.
El chapulineo fagocita un sistema político donde los partidos han perdido identidad y los ciudadanos desprecian a los políticos porque ven repetirse en ellos, demasiadas veces, el cambio de chaqueta.
A estas alturas del chapulineo mexicano, haber permanecido en el mismo partido resulta casi un signo de identidad y congruencia.
Haríamos bien en tomar ejemplo de España y usar la palabra dura, chaqueteros, en vez de la suave, chapulines, para señalar a los políticos que cambian de bando como de camisa.
Tendrían al menos un costo verbal. Porque parecen tener sólo premios por corromper con su oportunismo el oficio que practican.