En el libro "La montaña mágica" de Thomas Mann, considerada la obra más importante de este escritor alemán, aparece una frase jocosa que dice: "El tiempo es un gran maestro, pero desgraciadamente mata a todos sus discípulos". Esta cita sugiere la importancia de planificar y aprovechar el tiempo antes de que se acabe.
En esa misma dinámica deben entrar —o ya han entrado— las instituciones de los diferentes órdenes de gobierno que recientemente iniciaron sus funciones. Al margen de sus obligaciones legales, la planeación del desarrollo es el punto de partida para sentar las bases de una gestión eficaz.
Hasta ahora, la mayoría de los titulares de dependencias gubernamentales han esbozado una serie de obras y acciones que prometen ejecutar para resolver problemas públicos y satisfacer demandas ciudadanas. Es preciso transitar de la idea al proyecto, al plan, porque como siempre he dicho: la visión imagina el destino, la aspiración lo desea, pero la planeación traza el camino para alcanzarlo. Un paso en esta ruta fue la instalación, el pasado miércoles, del Comité de Planeación para el Desarrollo del Estado, al que le seguirán en las próximas semanas los Comités de Planeación para el Desarrollo Municipal de los diferentes municipios.
Nada mejor que tener los pies bien puestos sobre la tierra para evitar que las expectativas terminen en utopías. Una lección elocuente sobre lo que puede suceder cuando la imaginación no va acompañada de planeación la encontramos en el cuento de "La lechera", del que se han escrito muchas versiones a lo largo de los años. Se considera que la primera de ellas fue obra del griego Esopo, aunque también se le atribuye a Félix María Samaniego. Esta historia nos recuerda de manera ilustrativa el proceso de planeación, y también puede aplicarse a otras áreas, como la economía. En esencia, narra las peripecias que atraviesa una campesina emprendedora a partir de sus sueños. Aquí se las dejo:
Había una vez una pequeña campesina que vivía sola en su modesta casita. Sus padres le habían dejado una pobre herencia: una vaca ya mayor que casi no daba leche. Pero un día, por fin, logró ordeñarla y llenar una vasija entera. Feliz, se dirigió hacia el mercado del pueblo más cercano. Por el camino, su imaginación voló y comenzó a decirse:
"Venderé el cántaro de leche y, como es fresca, seguro que me dan muchas monedas. Con el dinero compraré un canasto de huevos.
Cuidaré con mimo esos huevos y, así, en unas semanas, de ellos nacerán muchos polluelos. Algunos se convertirán en gallos y otros en gallinas. Volveré al mercado cada semana para vender huevos, gallos y gallinas, y obtendré tantos beneficios que, en el plazo de un año, tendré dinero suficiente para comprar un par de cerditos. Con un poco de suerte, los dos lechones me darán una piara de cerditos y con las ganancias compraré una vaca robusta y joven, que haya tenido un ternero para que dé buena leche".
Pero mientras pensaba en esto, no se dio cuenta de dónde ponía los pies y tropezó con una piedra del camino. El cántaro le resbaló de las manos y se estrelló contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos. La pobre lechera miró desolada cómo la tierra absorbía el blanco líquido. Ya no había leche, ni habría polluelos, ni cerditos, ni vaca, ni ternero. Todas sus ilusiones se habían perdido para siempre, junto con el cántaro roto y la leche derramada en el camino.
En conclusión, es bueno avizorar el futuro, pensar en lo que se va a hacer y definir las razones para diseñar proyectos (la construcción de una visión es, de hecho, un paso sustancial en la conformación de un plan). Sin embargo, al mirar hacia delante, es necesario ser realistas. No se debe dar por hecho que cada paso previsto será sencillo. Hay que tratar de prever no solo aquello que puede resultar favorable, sino también los retos que se deben superar, así como comprender las debilidades y amenazas del entorno.
Una visión sin diagnóstico ni planeación es un sueño guajiro.