¿Es una celebración que después de casi 70 años de haber sido promulgado el derecho de las mujeres a votar y ser votadas, una mujer asuma la presidencia de México en este 2024?
Desde los resultados de la elección se suceden voces y opiniones que asocian este próximo aniversario del voto de la mujer por primera vez en México, con la asunción del ejecutivo federal por parte de Claudia Sheinbaum Pardo sin más miramientos para una efemérides que bien parece circunstancial. Resulta necesaria una reflexión que bordee en lo menos, el mapa de una situación política que ha venido a sacar lustre al cacharro anacrónico de la idiosincrasia mexicana.
En plataformas virtuales de toda índole se encuentran cientos de intentos de lectura del presente y futuro usando un obsoleto silabario en masculino, que hace por lo mismo, incomprensible e inaceptable la nueva condición política de México. Opiniones y preguntas basadas en la duda, la idea de ilegitimidad e incapacidad por cuestión de género, abundan entre "analistas" locales y nacionales, siendo los extranjeros los menos aventurados en emitir puntos de vista en este sentido.
Ante la ausencia de una sintaxis que permita revelar el significado de los resultados electorales, se leen preguntas que se responden a sí mismas de forma totalitaria tales como: si la virtual presidenta, militante del partido Morena lo consiguió gracias a Andrés Manuel López Obrador, insinuando como es común ante el éxito de una mujer, haber sido favorecida por un hombre; además de poner en duda su autonomía como ejecutiva, o si será capaz de comandar un ejército militar – al que de paso se le pone el mote de machista- liderado desde su nacimiento por hombres.
Este contexto inicia el hilo para bordear un territorio que parece diluirse ante un lenguaje por siglos unilateral. Un punto del linde es localizable treinta años antes del obligado decreto de ley, cuando se organizó en México (1923) el Primer Congreso de la Liga Panamericana de Mujeres con más de cien asistentes de distintas partes del país, desde donde se redactó una petición de igualdad de derechos políticos para hombres y mujeres destinada al Congreso de la Unión, siendo catorce años después, el General Lázaro Cárdenas quien la retomara como iniciativa de reforma al artículo 34 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos sumándole el derecho a obtener cargos de elección popular, proceso inconcluso por falta de declaratoria como fase final ante la nula prioridad parlamentaria.
Tienen que pasar quince años más (1952) hasta que cerca de 20 mil mujeres exigen en el parque 18 de Marzo de la Ciudad de México, al recién nombrado Presidente de la República, Adolfo Ruíz Cortines, el cumplimiento de promesa de campaña en este tema, por lo que obligadamente hace público el decreto de las reformas constitucionales para que las mujeres votaran y contendieran por puestos de elección popular. No obstante la primera participación de las mujeres en los sufragios, sucede entre 1954 y 1955 como bien narra la crónica de la CNDH México. Este movimiento histórico y los promovidos desde diferentes estados de la república, evocan las razones de un avance lento y complejo de las mujeres mexicanas en sus aspiraciones políticas en un clima donde los códigos eran masculinos.
En el mismo camino vale poner luz sobre el hecho de que esta decisión estuvo en todo momento a cargo del PRI fundado desde 1946, que seguramente vislumbrando la ventaja de sumar el voto femenino a las organizaciones populares que ya controlaba, accede a su constitucionalidad, no por convencimiento ante un derecho civil que ya se practicaba abiertamente en otros tantos países, sino por conveniencia en las urnas para acallar la crítica internacional a un sistema unipartidista.
Todos sabemos que en territorios de distintas latitudes nos han precedido por mucho en la elección de dignatarias. Por ejemplo: Indira Ghandi en India, Golda Meir en Israel, Angela Merkel en Alemania, Lidia Gueiler Tejada en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rouseff en Brasil, Violeta Barrios Chamorro en Nicaragua, Xiomara Castro en Honduras, por solo nombrar sin afán abarcador, dado que, en importante medida desde la década de los 60, estos nombramientos fueron cada vez más frecuentes. Aunque paradójicamente en este momento solo 28 mujeres son jefas de estado según la ONU, estimando también que la igualdad de género en las más altas esferas de poder se logrará dentro de 130 años.
De manera que en México nos tardamos 70 años en cimentar una democracia igualitaria sustentada en derecho políticos reales para las mujeres, por lo que hoy no podemos hacer preguntas con vocablos añejos pasando por alto y con alevosía, la legalidad y el soporte constitucional que le proporciona la investidura presidencial a quien asuma el cargo, en este caso Claudia Sheinbaum. Ignorar esto, su trayectoria y activismo político, historia académica además de la experiencia administrativa, sería querer escribir el mundo en una lengua que ya no corresponde a este tiempo. (Promotora cultural)