"Huérfana... huérfana murió Eva... No; ¡No murió huérfana, pues tuvo a Dios de padre!... ¿Y madre? Eva no conoció madre... ¡Así se explica el pecado original!... Eva murió huérfana de humanidad".
Con estas líneas, Miguel de Unamuno nos regala un breve recorrido por la polémica mente de su personaje: La tía Tula. Y no podría nombrarle de otra forma: ni Gertrudis, ni Tula, ni Tulita. Despojarle de su naturaleza de Tía, sería igual a matarla.
Sobre la figura de la mujer, y en específico: de la madre, giran tantas cosas alrededor, que resulta imposible resumirlas en un poema, o una novela; sin embargo, múltiples artistas han logrado concentrar la realidad maternal dentro de su obra. Desde García Márquez, Miguel Ángel con La Piedad, y hasta el mismo Shakespeare, han retratado de forma íntima y personal a personajes femeninos con la misión de ser madres, retratos que sin duda han conmovido a más de un espectador.
Y no, no es un acto de anti feminismo el haber citado sólo hombres sabiendo que ¿quién podría describir mejor el sentir de una madre? sino pues, la mujer misma. Es adrede, precisamente, el citar sólo obras masculinas, para evidenciar la carga femenina que se encuentra en ellas.
Si he de escoger un pensamiento preferido sobre La Tía Tula como obra literaria, elegiría sin duda la constante sorpresa que sentí de leer a Unamuno engendrando de forma tan visceral a su protagonista. No se trata solamente de un personaje con hazañas e ilusiones. Unamuno edificó a una mujer de carne y hueso, con angustias, arrebatos e insatisfacciones. Una mujer contrariada emocional, religiosa y vivencialmente.
No dudo, por supuesto, que el haber echado mano de la biografía de mujeres que conoció y admiró en vida, sirvieran para plasmar a esa madre que no fue madre. Pues es precisamente, esta contradicción la que me lleva a sacar un rato de la tumba a La Tía junto a su autor.
Existen, para mí, diversas categorías de madres: vamos, desde las que nacen con vocación de ser madre; las que sueñan con ser madre; las que sienten necesidad de ser madre; las que se obligan a ser madre; y las que temen ser madre...
Seguro estoy omitiendo algunas, pero vayamos por partes, pues, aunque unas parezcan cosas iguales, me atrevo a asegurar que no lo son.
He sido afortunada de no sólo contar con una extraordinaria madre biológica, sino además con un par de madres y abuelas putativas; y son estas últimas las que nacen con la vocación de dar amor sin tener responsabilidad de hacerlo; al nivel de provocar terror de perderlas, aunque uno no lleve su sangre.
He visto a suegras que fungen como madres; tías que se vuelven madres; madres que suplen madres, y así sucesivamente podemos armar un sinfín de combinaciones donde observamos al fin lo mismo: mujeres que, sin haber engendrado, reparten un pedazo de sí a quienes escogen criar o acompañar.
La Tía Tula, vendría siendo un acertado simbolismo de aquellas cuya descendencia indirecta se vuelve parte intrínseca de su personalidad ¿pues qué tan hinchado de amor hay que tener el corazón, para ser capaz de enamorarse de un hijo ajeno, tanto como si fuera propio?
Es una respuesta que no sabría contestar, pues no cuento con la vocación de ser madre. Al contrario, reconozco que entro en el penoso grupo de aquellas que temen serlo. Y la ironía que me lleva a ello, es: que me tocaron tan extraordinarias madres, que me temo no igualar su grandeza. (Email: Lsnrdlc@hotmail.com/ Facebook: Leda Rodríguez/ Instagram: @leda_rg)