El Big Ben vuelve a la vida después de cuatro años de letargo que parecieron casi un siglo. La emblemática torre del reloj descubrió sus manecillas e hizo sonar simultáneamente sus campanas por primera vez desde el 2017, cuando Theresa May ejercía como primera ministra. Los andamios se retiraron a tiempo de la parte alta del campanario para marcar la entrada turbulenta en el 2022.
La amenaza del ómicron obligó a cancelar sin embargo la tradicional gran fiesta a los pies de Westminster. Los fuegos artificiales se trasladaron al puente del Milenio, los londinenses se vieron "confinados" en una inusual celebración en Trafalgar Square y el Big Ben se quedó al final solo ante el peligro, en penumbras pero con el "new look" del reloj bien a la vista desde el Támesis.
Unos 95 millones de euros se han gastado en estos cuatro años en lavar la cara a la torre de 96 metros, que no llegó a tiempo pata la cuenta atrás de la culminación del Brexit en enero del 2021. Pese a las sempiternas presiones del ala dura de los "tories", Boris Johnson renunció a acelerar la costosa restauración del Big Ben y se conformó entonces con proyectar sobre Downing Street un frío reloj digital para marcar la fecha histórica.
En esta ocasión, los restauradores se esmeraron para que el reloj quedara al descubierto a tiempo para la llegada del 2022. Para gran sorpresa de los propios londinenses, la esfera está pintada ahora de azul prusiano y oro, siguiendo fielmente el diseño en acuarela de Charles Barry y usando el análisis de las capas superpuestas hasta llegar a la pintura original.
Pues resulta que la pintura negra históricamente asociada con la esfera del Big Ben no fue precisamente la usada en el momento de construcción en 1859. Todo parece indicar que el negro se superpuso al azul original en la década de 1930 y para enmascarar los efectos del "smog" que caracterizaba Londres.
El impacto de la contaminación, los daños de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de asbestos en su interior no solo retrasaron las obras de restauración, sino que las encarecieron en más de 25 millones de euros. Las obras han incluido la necesaria "modernización" de la torre, con la instalación de un ascensor de emergencia, así como el refuerzo de las estructura para mitigar su inclinación de unos 435 milímetros hacia el lado noroeste (algunos expertos consideran que el "tirón" de la torre puede ser responsable de las grietas del palacio de Westminster, que está pasando también por su inaplazable restauración).
Más allá de las apariencias, incluidas de las 1.300 piezas acristaladas que componen la esfera y la nueva iluminación con focos LEDs, gran parte del presupuesto se ha dedicado al complejo mecanismo de relojería. "No hemos dejado intacto un solo tornillo o una sola tuerca", reconocía a 'The Guardian' Ian Westworth, relojero mayor del edificio del Parlamento. "Va a ser muy emocionante cuando todo esté acabado y todo vuelva a funcionar como solía otra vez".
El nombre de Big Ben proviene en cualquier caso de la campana de 13,7 toneladas, que solía marcar las horas, arropada en los cuartos por otras cuatro campanas menores. Durante las obras de restauración, por debajo de los andamios, un motor eléctrico ha permitido que el badajo golpee la campana gigante en momentos especiales, como el Día del Armisticio, el "Remembrance Sunday" o la celebración del Año Nuevo del 2022, que arranca con la resurrección premonitoria del icono londinense por excelencia. Todo volverá a ocurrir a partir de ahora con implacable puntualidad británica