El viernes 3 de febrero, más de 50 vagones de un tren de Norfolk Southern, uno de los operadores ferroviarios más grandes de Estados Unidos, se descarrilaron, lo que provocó una explosión cerca de la frontera entre Ohio y Pensilvania.
De acuerdo con la compañía, cerca de la mitad del tren quedó destruido, sin embargo, las alertas comenzaron cuando se supo que 20 de los más de 100 vagones en el tren estaban clasificados como que transportaban materiales peligrosos. Esto provocó una evacuación rápida de unas 5 mil personas ante el riesgo de estar en contacto con estas sustancias.
El gobernador de Ohio, Mike DeWine, informó en los primeros días que la situación en la zona del accidente era crítica, debido a que se registraban "cambios drásticos de temperatura" en la zona, lo que podía significar que uno de los vagones pudiera provocar otra explosión.
La situación ha sido tal que incluso este incidente ya ha sido comparado con el desastre nuclear de Chernobyl, ya que un pueblo entero no puede regresar a casa porque el agua está contaminada, miles de especies de flora y fauna se hallan en riesgo.
Una de las decisiones más polémicas tras la tragedia fue la de incinerar cinco vagones que transportaban cloruro de vinilo, un material altamente inflamable y tóxico para la población.