Cada día en China, agentes en atuendos de protección integral insertan centenas de millones de hisopos desechables tras realizar test PCR para detectar el COVID-19 a gran escala. El problema es que todo ello genera una enorme cantidad de residuos médicos.
Con su estrategia “COVID Cero”, el gigante asiático es la única gran economía en querer impedir a cualquier precio las infecciones, oficialmente para evitar que los hospitales queden desbordados ante la baja tasa de vacunación de los mayores.
En el arsenal anticoronavirus hay cuarentenas obligatorias, confinamientos selectivos y tests masivos, convertidos en casi diarios en algunos lugares.
Desde Pekín a Shanghai, pasando por Shenzhen, la “Silicon Valley china” sede de numerosas empresas tecnológicas, las ciudades están ahora repletas de carpas prefabricadas que proponen tests PCR gratuitos.
Centenares de millones de personas tienen la obligación de hacer estos tests cada dos o tres días, y en algunos casos a diario.
Estos tests PCR para detectar el COVID-19, que crean una enorme masa de desechos médicos, constituyen un creciente carga económica para las colectividades locales, ya muy endeudadas, que deben dedicarles decenas de miles de millones de dólares.
Si no son eliminados correctamente, estos desechos médicos pueden contaminar los suelos y los ríos.
El ministerio de Salud indicó que había formulado “exigencias específicas respecto a la gestión de los desechos médicos” relativos al COVID-19.
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