En la ciudad de Chihuahua, se logran apreciar montañas de bolsas de plástico en el rellano sanitario, basurero al cual no le queda mucho espacio.
El vertedero sirve a cerca de un millón de personas y se extiende por un área en la que podrían caber más de 65 canchas de fútbol. Cuando se inauguró en 1993, se estimaba que duraría hasta 2028, pero la Dirección de Servicios Públicos Municipales ahora proyecta que alcanzará su capacidad máxima el próximo año.
“Hay basura por todas partes; ni siquiera puedes salir sin ver el cubrebocas desechado de alguien”, dice Martha Alejandra Diabb Sánchez, una de las líderes del Proyecto Realidad Climática de Chihuahua, una delegación de la organización ambiental fundada por el ex vicepresidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz, Al Gore.
El movimiento ambientalista de México se llenó de entusiasmo en agosto de 2019, cuando Chihuahua se convirtió en el último estado en prohibir la venta y el uso de bolsas de plástico de un solo uso, pero la pandemia provocó un gran revés. Durante los períodos de confinamiento, los desechos médicos y domésticos del país aumentaron en más de 80 000 toneladas por día, según el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático.
Activistas como Diabb dicen que tienen que volver atrás y recordarle a la gente que la COVID-19 no es la única amenaza para la salud de su comunidad.
En una encuesta realizada por el Banco Mundial en 2018, el 90% de las y los mexicanos encuestados expresaron su preocupación por el uso de artículos no reciclables de un solo uso, la mayor cantidad de personas en los 15 países encuestados. Entre los países de América Latina y el Caribe, México fue el segundo mayor generador de plásticos después de Brasil, según un informe publicado en 2020 por el Banco Interamericano de Desarrollo, a pesar de restringir los plásticos de un solo uso en 20 de sus 32 estados.
“Nos hemos quedado rezagados con respecto a otros países en términos de cómo manejamos nuestros desechos”, dice Nancy Jiménez Martínez, investigadora adjunta del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la Universidad Nacional Autónoma de México. México se encuentra en el onceavo lugar entre los 15 países que producen la mayor cantidad de residuos plásticos de un solo uso, pero no existe una ley nacional que los prohíba, dice, en comparación con China y Francia.
En Chihuahua, las multas por infringir la prohibición de bolsas de plástico oscilan entre los 2000 ($97) y los 250 000 pesos ($12 200). Sin embargo, las autoridades se han abstenido de aplicarlas, señalando que los artículos de un solo uso eran necesarios para cumplir con los requisitos de seguridad del coronavirus. El impacto negativo de la pandemia en la economía y la mano de obra disponible también planteó obstáculos, dice Gilberto Wenglas Lara, director de ecología de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología.
“Los negocios decían que estaban en una mala situación económica por la pandemia y, en ese sentido, por eso no aplicamos multas”, dice Wenglas, y añade que cerca del 80% de su departamento contrajo COVID-19 en los últimos dos años.
Además de los cubrebocas desechables, los guantes, los paquetes de entrega y los recipientes de comida para llevar que se volvieron omnipresentes durante la pandemia, las bolsas de plástico recuperaron su lugar en los supermercados y en las tiendas, incluso en aquellas que alguna vez vendieron bolsas reutilizables o que alentaban a la clientela a llevar las suyas.
“Viendo que no hubo sanciones y con la llegada de la pandemia hubo una relajación total”, dice Laura González, asesora parlamentaria de Morena, el partido político que propuso las prohibiciones y que ahora pide una aplicación más rigurosa.
Desde Wuhan, China hasta Chihuahua, México, la cantidad de basura generada por hospitales y hogares de todo el mundo aumentó durante la pandemia. En EE. UU., el alza osciló entre un 30% y un 50%, según la investigación de Jiménez. En Singapur, durante un confinamiento de ocho semanas, tan solo los envases de comida para llevar generaron 1470 toneladas de desechos plásticos.
Antes de la pandemia, la Organización para la Cooperación Ecológica de Chihuahua, un grupo ciudadano, enviaba camiones de reciclaje a escuelas, iglesias, conjuntos habitacionales y colonias en las afueras de la ciudad. A marzo de 2022, aún no habían retomado por completo sus operaciones.
“Es muy triste porque toda esa basura que no se separó, el plástico, por ejemplo, se envió al vertedero”, dice Judith Torres, fundadora de la organización.
De marzo de 2020 a enero de 2022, según las prácticas habituales de eliminación de residuos de la ciudad, más de 2 toneladas de plástico deberían haber llegado a la planta de reciclaje principal. En cambio, el personal de la planta dice que llegó menos de 1 tonelada. Torres afirma que el resto, incluido el aumento de productos desechables relacionado con la pandemia, fue directamente al vertedero.
A través de programas educativos en escuelas y eventos comunitarios, su organización recuerda a la población que pueden marcar la diferencia si usan bolsas de tela en lugar de bolsas desechables.
“Hablamos del reciclaje porque se tiene que hacer, pero para nosotros es la peor mejor solución que tenemos”, dice Torres. “Lo mejor sería dejar de utilizar plásticos y así no sería necesario reciclar. Eso sería lo ideal”.
Un grupo se ha beneficiado de la situación: los 900 pepenadores de la ciudad, quienes ganan hasta 1000 pesos ($49) al día por separar papel, cartón, vidrio y plástico de otros desechos y venderlos en los centros de reciclaje.
“El plástico que llegaba al vertedero aumentó entre un 80 y un 90% cuando la pandemia estaba en su punto más fuerte; fue un buen negocio para nosotros los recolectores de plástico”, dice Javier Chacón, que ha trabajado en esta industria informal durante 21 años.
A medida que las autoridades buscan un nuevo sitio para un vertedero y la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología se esfuerza por fortalecer la prohibición de plásticos de 2019, Diabb y más activistas ambientales seguirán motivando a la población para que eviten generar más desechos de los necesarios; por su propia salud así como también por el bien del planeta.
“El viaje que ese plástico termina tomando significa que lo respiraremos o lo comeremos. No hay otra alternativa”, dice Diabb.
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