Entre risas nerviosas, y mientras despacha sus doraditas, Guadalupe Piña Pichardo reconoce que la decisión de haber ido a venderlas el día de la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) “me hizo famosa”.
Tanto así, que ahora sus clientes también le piden selfis para plasmar el momento.
El sábado pasado, en el Complejo Cultural los Pinos, adonde fue invitada por la Secretaría de Cultura (SC) federal, junto con varios otros comerciantes de comida típica, no tuvo necesidad de andar toreando a policías, como hace de manera habitual.
La gente se amontona para probar sus doraditas o tostadas, que no tlayudas: “Esas son diferentes”, aclara. Por sólo 35 pesos se puede disfrutar del arte culinario de esta joven madre de cuatro niños pequeños, así como el de su suegra, Silvia Martínez Olivar, la artífice de la idea de ir al AIFA.
Este negocio familiar es el que mantiene a una familia de siete integrantes desde hace poco más de tres lustros. Su esposo, cuenta Guadalupe, está desempleado, así que las tostadas son la única fuente de ingreso en su hogar.
Aún sin entender cómo fue que las redes sociales y los medios la hicieron conocida, dice que aquellos que intentaron utilizar su caso para criticar y denostar, “no saben de la necesidad de la gente. Somos pobres, somos del pueblo”.
Quienes prueban sus tostadas aseveran que están “buenísimas; no son grasosas, y son nutritivas”.
Cada pieza está compuesta por una tostada de maíz azul con una cama de frijoles, nopales, cilantro y queso, y el toque infaltable es la salsa verde o roja, cuya cantidad queda a gusto y la tolerancia al picante de cada comensal. “Una mezcla con sabor a México, a nuestra raíces, a nuestro pueblo”, sostiene Valeria, que no dudó en comerse dos.
Lupita, quien vive en Toluca, comenta que luego de lo del AIFA fue a Palacio Nacional y por medio de un escrito solicitó apoyo para poder vender sus productos en un lugar establecido o que le otorguen un permiso.
Fue por ello que le dieron oportunidad de instalarse ayer y hoy de 11 a 18 horas en el mercado El Solar de Cencalli, en el Complejo Cultural Los Pinos, adonde llevó 250 doraditas, y por como iba la demanda, era previsible que las vendiera todas.
Aquel día del AIFA, el 21 de marzo pasado, preparó 200 piezas, 100 ella en una canasta y otras tantas su suegra. No quedó ninguna, “todas volaron”.
Cuenta que no fue tan fácil instalarse en la nueva terminal aérea, porque elementos de la Guardia Nacional no se lo permitían, pero como “somos toreras”, pudieron darle vuelta a la situación.
Y ya luego, cuando la clientela se les acumuló y exigió a los elementos que las dejaran vender, ya no tuvieron que andar de un sitio a otro, a las afueras del edificio terminal del aeropuerto.
Lupita y Silvia piden al presidente Andrés Manuel López Obrador que “nos den un lugarcito para no andar corriendo de los policías”. Dice que piensan que puede ser en el Zócalo capitalino, donde habitualmente venden su producto, pero por qué no soñar un poco, y estar en el AIFA, que les queda más cerca de la casa que rentan en Toluca.
Sabe que los establecimientos en la terminal aérea a lo mejor están fuera de su alcance, por el costo que deben tener, pero no pierde esperanzas de que pueda ser ahí o en el Zócalo de la Ciudad de México.
“Que me dieran un permiso para poder trabajar”, insiste, porque dice que una vez fue detenida y recluida en el penal de Santa Martha Acatitla, porque policías que las corretearon en el Zócalo la acusaron de haberlos agredido.
Por eso el “éxito” instantáneo la ponía nerviosa. “No se vayan a poner más encajosos con nosotras porque ya nos van a identificar”. Y es que su rostro (con cubrebocas) y su producto ya son conocidos en todo el país.