Sin lugar a dudas, el primer automóvil que llegó a Tabasco tuvo que haber sido a través del puerto de Frontera y, obviamente, fue la primera población que vio desplazarse en sus arenosas calles, el moderno ingenio que maravilló a nuestros antepasados.
Mi abuelita materna, quien vio la luz primera en el puerto en el año de 1905, me platicaba que era una niña de diez u once años cuando vio al primer automóvil que transitó por las calles del puerto, y que cada vez que escuchaba el ruido del motor que anunciaba su proximidad, ella corría para verlo de nuevo. De ser exactos los recuerdos que guardaba mi abuelita, fue en 1915 o 1916 cuando se conoció el invento de Henry Ford en mi amado Frontera. Lo que no he podido saber, es quién fue el poseedor de ese vehículo.
SOLER E IDUARTE
En su libro de remembranzas intitulado “Revisión ante la muerte”, Salvador Camelo Soler, se refiere al primer automóvil Ford “que irrumpió en las tranquilas calles de Villahermosa”. He aquí lo que escribió al respecto:
“Fue su propietario Pepe Pola. Vivía en la escarpa alta de la calle Zaragoza, junto a los Camposeco. Debe de haber sucedido aquel acontecimiento a fines de 1916 o principios de 1917. El guiar de aquel carro se regía por tres pedales: el del cloch [sic], el de frenar y el que servía para retroceder. El impulso, la velocidad, estaba instalado junto al volante en medio de un círculo de acero sobre el que corría la manija que inyectaba gasolina al motor y que el conductor movía manualmente. Para encender el motor era necesaria otra manija, llamada el cran, que se introducía a un tubo instalado en la parte delantera del mueble, donde se guardaba el motor, y se le daba vuelta con energía hasta que la máquina encendía. Luego llegaron otros automóviles y sus propietarios fueron Francisco Casasús, Francisco Lomasto y más tarde Adolfo Domínguez.”
Andrés Iduarte, en su libro autobiográfico, Un niño en la Revolución Mexicana, nos informa que cuando contaba con once años de edad, en 1918, sucedió lo siguiente:
“Una vez me llevaron en un automóvil —la primera vez que subí en un artefacto mecánico: un “Ford” tan destartalado que no podía subir la loma de Esquipulas— hasta la Cruz Verde, y lo detuvieron ante la puerta de una casa sospechosa. Me negué a entrar...”
Si el automóvil al que se refiere Iduarte estaba destartalado, quiere decir que era bastante viejo y maltrata- do, por lo que nos atrevemos a pensar que cuando menos tenía sus buenos dos o tres años de traqueteo por esas calles de Dios.
LOS PRIMEROS MODELOS
Los primeros automóviles Ford fabrica- dos masivamente a partir de 1908, fueron los llamados Modelos T, que resultaban de fácil adquisición por su módico precio y rápidamente se popularizaron en toda la Unión Americana. En junio de 1915 se estableció en México una ensambladora de dichos automóviles, con lo que también se popularizaron en nuestro país y fueron adquiridos por muchos mexicanos radicados en la capital primeramente y después, en todos los estados.
Por lo anterior, fue a partir de 1915 que comenzaron a circular por el territorio nacional estos populares vehículos, así que tanto los recuerdos de mi querida abuelita, como los de Camelo Soler y los de Iduarte, que se circunscriben al periodo comprendido de 1916 a 1918, resultan coincidentes y por lo mismo, indubitables.
MARAVILLA DE MARAVILLAS
No sabemos cuántos automóviles transitaban por las calles de San Juan Bautista en 1918, por lo que el ayuntamiento de Centro encabezado por Federico Cámara, tal vez con gran visión futurista, con la aprobación del gobernador Joaquín Ruiz, expidió el primer Reglamento de tráfico de automóviles, con fecha 10 de junio de ese año.
Salvador Camelo Soler en su libro El To- más Garrido que yo conocí, nos informa que en el mes de junio de 1923, Francisco Lomasto era dueño de un automóvil Ford de servicio público, antecedente de los actuales taxis, cuando escribe que observó a tres personas que por la actual calle 27 de Febrero se dirigían del palacio de gobierno a la Plazuela del Águila:
“Se dirigieron al garaje del español Vicente Crespo, en donde frente a la puerta estaba estacionado un auto que en esos momentos abordaba su propietario, el magnífico hombre que se llamó Francisco Lomasto. Los señores diciendo algo a Lomasto abordaron el auto.”
Al inicio de los años veinte del siglo pasado, había varios automóviles en el puerto de Frontera de los que se conocen algunas fotografías. A mediados de esa misma década de los veinte, en el puerto se alquilaban autos, pues mi abuelita me platicaba que en uno que tomaba en alquiler y manejaba mi abuelo político, ella paseaba en compañía de una de sus primas para gozar del fresco de las noches, sobre el camino que por toda la orilla del río llegaba hasta el faro.
No he podido encontrar información sobre la presencia de automóviles en otras ciudades del estado. En su libro Tribes and temples, Franz Blom anota que durante su estancia en Macuspana, con los integrantes de la expedición de la Universidad de Tulane, EE. UU., en mayo de 1925:
“Estuvimos presentes cuando la maravilla de las maravillas, el primer automóvil, un viejo Ford destartalado, corrió de arriba abajo por la sola y única calle del pueblo, para sorpresa de los mayores y gusto de los chicos. Ese día Macuspana sintió establecida su posición entre las grandes ciudades del mundo.”
No creo que haya estadísticas sobre automóviles circulando en Tabasco, pero lo cierto es que en 1931, la Casa Berreteaga distribuía los automóviles Plymouth y las llantas Dunlop; y en la calle de Juárez, prestaba sus servicios el garaje Chevrolet, propiedad de Cosme A. Merodio.