“Trabajo con mi memoria. La memoria es mi herramienta y mi materia prima. No puedo trabajar sin ella, ayúdenme”, clamaba con insistencia Gabrel García Márquez meses antes de fallecer, en 2014, en su casa del sur de la Ciudad de México.
Así lo recuerda su hijo, el cineasta Rodrigo García, en el libro Gabo y Mercedes: una despedida, en el que relata los últimos días del autor de Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, que fue presentado ayer a las 11:00 horas en la Casa Estudio Cien Años de Soledad en una charla digital con Juan Villoro.
“Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan antiguo como la escritura misma y, sin embargo, cuando me dispongo a hacerlo, instantáneamente se me hace un nudo en la garganta”, afirma el cineasta en este libro publicado por Penguin Random House, lleno de anécdotas y fragmentos íntimos, desde sus amores literarios y la existencia de un cementerio de mascotas, hasta su percepción sobre la fama, el día que comió entre la basura y la donación de la cama de hospital en la que pasó sus últimos días.
Con el tiempo, escribe Rodrigo García, esa repetición extenuante sobre la pérdida de la memoria quedó en el pasado y Gabo se resignó con cierta ironía. Entonces, “recobraba algo de tranquilidad y a veces decía: Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo”.
Rodrigo también dice que el sentido del humor de Gabo sobrevivió a la demencia que padeció hacia el final de su vida y recuerda que en los últimos meses era cuidado por dos enfermeras y dos auxiliares, quienes a veces lo despertaban con sus voces.