Hace más de un cuarto de siglo, en 1995, arrancó oficialmente el Programa Nacional de Salas Lectura, como foros pensados como hogares, refugios, conversatorios y trincheras cálidas para animar al acercamiento a los libros y la cultura escrita. Lo inició el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, actual Secretaría de Cultura, pero que ahora depende de la Secretaría de Educación Pública.
Oficialmente se concibe la lectura “como una herramienta que construye puntos de encuentro” y se guía por los principios de libertad, igualdad, inclusión y autonomía.
Las salas de lectura son sitios en lo que se pretende que vecinos, amigos, compañeros de escuela, amas de casa, personas hospitalizadas o privadas de la libertad, adultos mayores, niños jornaleros, migrantes, mujeres violentadas, indígenas, jóvenes y todos los interesados compartan relatos, experiencias, memorias, puntos de vista, esperanzas y anhelos, éxitos y fracasos de esos que enseñan.
En todo este tiempo, el programa de fomento a la lectura sigue creciendo. Hasta el año pasado se contaban con poco más de 4 mil salas en 30 entidades del país. Está en marcha el proyecto de agrupar por regiones, sur, centro, occidente, noroeste, noreste, para que intercambien experiencias.
Hay también clubes de lectura en empresas, colonias, escuelas. Pero no es suficiente en un país de unos 130 millones de habitantes y con altos grados de desigualdad y marginación. De acuerdo con el Inegi, 16 millones de mexicanos se declaran lectores de libros. Un promedio de poco más de tres libros al año por lector. Entre esta población lectora y considerando únicamente mayores de edad, solo seis millones señalaron haber leído un libro en el último año.
Ocho de cada diez lectores de libros declaran leerlos en formato impreso, aunque el formato digital avanza. En 2016, 7% de las personas lectoras de libros señalaban la lectura de libros digitales, para 2020 este porcentaje fue del 12%.