Lo encontré platicando con un paisano, ambos de Cunduacán, recordaban que Dionicio Morales había nacido en una casa cuyo patio trasero colindaba con un río ancho que de vez en cuando remontaba un barco de vapor. El poeta, gracias a su caleidoscópica memoria, rememora que se bañó en ese río y viajó en ese barquito que entre Villahermosa aquel pueblo de la Chontalpa se tardaba unas veinticuatro horas.
“Imagínate la vegetación, la fauna; el pueblo solo tenía una calle y caballos, por eso cuando me dicen que el trópico llego a mi obra gracias a Pellicer, porque saben que fue mi maestro, les digo que Pellicer y yo vimos lo mismo pero, él nació en la capital de Tabasco y se fue pronto a la Ciudad de México, yo en cambio nací en la divina provincia de la Chontalpa y viví en Tabasco hasta los 16 años”.
Yo sí me lavaba el cuerpo con agua de río desde chiquito, apunta entre risas, y da rienda suelta al caudal de la memoria en la que navegan las estampas: cuando conoce al poeta de Hora de junio en el Museo de Tabasco, cuando se escapa de la casa familiar para irse a vivir a la Ciudad de México, cuando le publican sus primeros poemas, el encuentro con la gran ciudad, los amigos escritores que lo formaron.
Ahora que lo apapachan por sus ochenta años, platica que desea terminar de reunir sus obras completas: La de poesía ya está lista por si alguien se anima, falta la de periodismo cultural, y aunque no lo busca, preferiría morir así, de un solo golpe para no dar problemas.
¿Ni convertirte en el fantasma de ti mismo en tu biblioteca? Bueno, eso sería algo mágico, y no puedo aspirar a tanto.
Las solapas de sus libros y las ochenta mil referencias que se obtienen como resultado en una búsqueda por internet dicen que el poeta y crítico de arte nació en Cunduacán, Tabasco, el 15 de noviembre de 1943; pero de acuerdo con lo que él mismo relata, el año pasado en redes sociales lo balconeó una mujer de la que no da nombre ni perdona, y ahora se sabe que la fecha es incorrecta porque se quitó dos años. Nació en 1941, así que cumplió 80 años de vida.
El dato fue conocido por las autoridades culturales del país que tuvieron que apresurar la celebración por el aniversario, y al mismo tiempo por los problemas de la pandemia, posponerla para febrero de este año.
El fin de semana visitó Tabasco, donde la agrupación Foro Artístico y Cultural de Tabasco, presidido por Claudia Cecilia Gómez del Rosario, le ofreció ayer domingo de lluvia, por la mañana, un “apapacho cultural” con desayuno; y por la noche, recital poético en la que participaron Gerardo Brabata Pintado, Eduardo Broka, Norma Domínguez de Dios, Claudia Cecilia Gómez del Rosario, Vicente Gómez Montero, Carlos González Gutiérrez, Lorena López, Alma Rives, Paloma Rives y Juan Torres Calcáneo.
Recibió elogios y compartió palabras elogiosas, resarció a su maestro Carlos Pellicer demostrando que Octavio Paz plagió frases de otros para criticarlo aunque también reconoció que fue el Premio Nobel mexicano quien lo puso de nuevo en los escaparates de la vida cultural mexicana.
Dionicio está feliz, destaca su excelente memoria y el humor de siempre; está contento por ser tabasqueño, por la vida, por la calle que lleva su nombre, por haber cumplido 60 años de trayectoria literaria, aunque dice que nunca ha dejado de aprender y se declara un diletante.
“Yo entré al mundo por la poesía, la poesía me lo ha dado todo, bueno, no todo. Solo hay algo que no me ha dado la poesía: el número premiado de la lotería”.
Parafraseando el título de uno de los libros más celebrados, el poeta ahora pasea por Tabasco con sus ochenta dádivas.
¿Ya pasaste la divina edad pelliceriana?
Estoy en esas así que espero que no me dé un patatús. Cuando se descubrió que tenía ochenta años, lo asumí completamente porque después de tanto engañar al mundo –a lo mejor lo hice imitando a Pellicer que también se quitó dos años- me acordé de una frase de un poeta que admiré y quiero, Miguel Guardia. El verso dice: Un día me pregunté de pronto, ¿y si cayera muerto?/ Y me encontré poniendo un poco de orden en mi vida. Y eso es lo que estoy haciendo.
¿De tus ochentas dádivas cuál fue el fruto más jugoso?
La poesía, sin duda. Soy adicto, amo la poesía, no la mía, la de todos. Por eso he hecho ensayos de literatura y conozco a los poetas de pe a pa. La poesía es mi adicción entre otras que no voy a mencionar.
¿Esos son los frutos amargos?
No, no, los frutos amargos los he olvidado porque la vida ha sido generosa conmigo, y ya sé que es la famosa frase que todo mundo dice, pero es verdad. Mi encuentro con Pellicer orientó mi vocación. Yo declamaba en las escuelas, era un niño bonito y metiche, leía a Lorca, y él puso en mis manos Rubén Darío.
¿Tu salida a la ciudad de México fue desarraigo o deseo de fuga?
No lo sé. Yo soñaba con la ciudad de México porque mis hermanos ya vivían allá y me mandaban las famosas postales. Un día me escapé porque mis papás no me dejaban ir para allá. Me subí al camión ADO que apenas acaba de inaugurar la ruta, llegué a Coatzacoalcos y ahí cometí el error de pasar a saludar a una tía mía. Ella me retuvo y le avisó a mi papá. Yo me fui a confesar y el sacerdote me recomendó un trabajo en un barco japonés, pero antes de zarpar, mi padre me echó el guante.
Mi padre era un hombre comprensivo, regañaba con palabras cariñosas. Me dijo: si te quieres ir, vete, pero solo a estudiar. La ciudad me deslumbró y allá cursé la preparatoria y la universidad. Mis críticos dicen que me salvó mi instinto y sí es cierto. Creo que sí, soy un desarraigado porque mi mamá se preocupó tanto que se fue a vivir con nosotros. Pero volvíamos a todos los festejos y pretextos: Entierros, quince años, divorcios, todo.
Se te acusa de pelliceriano pero eso está en duda.
Algunos dicen que no se ve la presunta tabasqueñidad en mi poesía, pero yo les digo que eso ya lo hizo Pellicer, ya no tiene caso. Además hay una cosa que yo puedo decir a mi favor, cuando empecé a escribir yo decía: me quiero parecer a quien sea menos a Pellicer.
Yo empecé a escribir hasta los 21 años, antes de eso no había escrito pero ni una carta de amor. Me hice con el trato directo con los escritores. Cuando me inicié en la poesía conocí a Abigael Bohórquez que fue realmente mi maestro, nunca le enseñé un poema a Pelllicer.
Fue hasta 1970 que Marco Antonio Acosta hizo la antología que publicó la UJAT -donde el más viejo era Pellicer y el más joven era yo-, que Pellicer leyó mis poemitas. Un día que lo fui a visitar, me dice: oiga maestrito, usted dice que soy el más grande poeta que ha parido la lengua, usted sabe de memoria mis poemas, usted sabe mi vida, pero yo no le creo nada. Me puse rojo y le pregunté por qué me decía eso, y reviró, le acabo de leer y no me he visto en sus poemas.
Pellicer era muy vanidoso, y muy teatral, hizo una pausa grande y entonces agregó: En cambio he visto a otro poeta. Había visto a Octavio Paz. Sí, estoy de acuerdo con lo que dices, fue un reclamo poderoso que era al mismo tiempo el mejor elogio. Esa era mi pretensión, sabía que lo había logrado.