El arte del engaño, de Álvaro Ruiz Abreu

Una novela que ilustra como bien hubiera disfrutado el mismo Goddard, las relaciones y la experiencia que se dan entre el cine, las películas y su visor, su auditorio

  • Si al final de una vida, como cita el autor a Matteo Ricci al inicio de su obra, somos realmente lo que sabemos, lo que recordamos y lo que hemos construido con la imaginación, es el caso con Álvaro Ruiz Abreu que estamos ante el ocaso de una de las primeras generaciones más robustas en esta era de la humanidad, pues si de algo no queda duda en el discurrir de sus páginas, es que el paso de la generación literaria a la generación audiovisual ha significado una multiplicación geométrica de la experiencia humana, y esta multiplicación apunta en tantas direcciones como la diversidad misma de la especie.
  • Y curiosamente no estamos ante un tratado o un texto académico como podría sugerir la vasta curricula relativa del autor, aunque sí ha usado ese rigor para realizar una investigación que, con su laureado talento literario, ha transformado en una novela que ilustra como bien hubiera disfrutado el mismo Goddard, las relaciones y la experiencia que se dan entre el cine, las películas, y su visor, su auditorio.
  • Una película, parece reiterar el autor relato a relato, no es tal, si no lo que ocurre en el contexto de cada persona que la ve, pero también en cada grupo social que acude a su visionado en un período especifico de tiempo, constituyendo así una experiencia personal pero también una experiencia colectiva que puede ser la misma pero además puede no serlo.
  • Incluso el mismo visor puede tener una experiencia y, con la misma película, un tiempo después, seguramente tendrá una experiencia distinta, como ya desde las primeras páginas se describe, por ejemplo, la diferencia entre el visionado de estreno de Tizoc, de Ismael Rodríguez, 1957, y otro visionado llevado a cabo tiempo después, pasada la época de la moda, la mofa y la infatuación que se impulsó con cierto tipo de imágenes desde una visión intoxicada del nacionalismo mexicano.
  • En este sentido y a pesar de todo, "El arte del engaño" resulta un amoroso homenaje al cine mexicano no por ser mexicano, nacionalista o mucho menos, sino por ser el que acompañó al autor en los días decisivos de su vida, en sus años de formación y crecimiento en una perdida ínsula del sureste mexicano, infestada de sabandijas e infernales calores al tiempo que diluvianos temporales arrasaban con todo vestigio o signo humano a la menor provocación. 


Un lugar donde a decir de los lugareños, ni los españoles se quedaron ni los piratas regresaron después de dos o tres desafortunadas incursiones: la barra de Santana, en el municipio de Cárdenas Tabasco.

TODO POR UNA SONRISA
  • No obstante, además de homenaje, la novela también resulta una curiosa declaración de amor, que no es romántica pues ya desde el título el autor establece conocer bien la naturaleza de su prenda, y es entonces una declaración de amor madura a una engañadora que gracias al relato redentor que le lleva al auto conocimiento logra situarse al margen del sino de Ícaro que inevitablemente permea la obra y la suerte de un infante que creció en un cine, disfrutó el auge del mismo y el bienestar familiar e inesperadamente cayó en la casi desgracia que vivieron todos los cines y las familias que de ello vivieron en un vuelco social producto del avance tecnológico. Y cito:

  • En el trascurso de la lectura, homenaje y declaración de amor aparte, queda un recuento de numerosas películas del cine mexicano que para bien y para mal han quedado impresas e la memoria colectiva, en las páginas de los estudios cinematográficos realizados dentro y fuera del país pero principalmente e las vidas de una generación que con su ir y venir sobre estos filmes y sus temas nos habla de su relación con sí mismos con sus entornos sociales y sobre todo, con el cine, ese poderoso arte del engaño que forma parte de nosotros mismos.