El joven Pellicer fue un buscador de estrellas. Sobre todo en el periodo de su autocelebrada juventud, entre 1914 y 1924, era pura inquietud, y se había convertido en un dandy de la palabra, y pudo saltar entonces la barrera del anonimato a la celebridad. Estudiante aplicado, luego asistente del gobierno de Carranza, secretario de Vasconcelos, muchacho provinciano que anda por Villahermosa y Campeche y la ciudad de México, de pronto es funcionario y un aspirante no de auxiliar del sol sino a ciudadano cosmopolita que va lo mismo a Nueva York que a La Habana, Bogotá, Caracas, Río de Janeiro y Buenos Aires. Aprendiz de poeta en poco tiempo se vuelve una voz potente y soberana a través de la práctica constante de una poesía que busca innovarse. Su figura espigada, amable y decidida le permite conquistar amigos, poetas, protectores, pintores, artistas, y cautivar a su propia familia y a una noven guapa y simpática, Esperanza Nieto, la novia lejana de la que se declara amante furibundo, clandestino que hurga en sus sueños y sus sentimientos más hondos. Esos diez años parecen una eternidad, de los diecisiete a los veintisiete años de edad, que él vio como juventud alegre y eterna que alguien –Dios sin duda- le ponía en el camino de la vida como un regalo. Hizo amigos entrañables para siempre, Novo y Gorostiza, Montenegro y Carlos Chávez, fue apoyado por funcionarios públicos como Puig Casauranc, Genaro Estrada, y el más cercano a él, José Vasconcelos, con el que trabó una estrecha y sólida amistad.
Se mueve de una ciudad a otra, a veces huyendo de la Revolución, a veces en viajes de trabajo con el “licenciado” que él llamó Pitágoras. Su signo es la no permanencia, sólo así permanecería su vida y su obra. En esos desplazamientos descubre a una chica que lo cautiva pero no lo transforma, que eleva a los cielos; también conoce a otro joven de su misma camada, Salvador Novo con el que hace una mancuerna para toda la vida, y Gorostiza y Jaime Torres Bodet (1902-1974), con el que comparte lecturas y establece un firme diálogo. Éste lo retrató como a un joven pálido, de mirada profunda, cejas gruesas y palabra cálida, varonil. Era el tiempo en que el poeta en ciernes buscaba una estrella que lo guiara, y en sus primeros escritos parecía estar todo él presente, “con sus adverbios sinfónicos y sus niágaras de nombres, sus mares levantiscos y una católica profusión de campanas pascuales sobre la aurora” (Jaime Torres Bodet, Tiempo de Arena, en Obras Escogidas, 2ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p.233).
En su destino inmediato se encuentra Esperanza, la escritura y los viajes, además Colombia, el país que erigirá en la meca de su última parada vital y poética, y su capital, Bogotá, que él ve como la heredera del pasado colonial, católica, centro de arte y de conventos, de vida tan intensa que lo perseguirá siempre. “Divina Bogotá de mi alma. ¡Ciudad de mis mejores amigos! Volveré pronto” (Serge I. Zaïtzeff, 2002, p.30)
LOVE STORY
Cuando el poeta publica Piedra de sacrificios y 6,7 Poemas es ya una leyenda su actividad diplomática y cultural junto a Vasconcelos, su tendencia artística y su escritura, también lo es su noviazgo y compromiso con Esperanza Nieto, que dura ya varios años y ha empezado a convertirse en una hermosa fábula. Se supone que había terminado esa relación, más epistolar que sensual pero Pellicer le escribe a Gorostiza que se encuentra en Nueva York el 2 de agosto de 1924 y le dice: “He tenido noticias de Esperanza. Cada día estoy más enamorado de ella. Lo Imposible en el Infinito”. (Sheridan 1993: 96) El poeta mentía a su gran amigo y paisano o le hablaba en un tono literario, o sea, ficticio y proclive a los amores del místico. ¿Por qué? ¿Era un intento de despistarlo? Se puede especular, pero lo cierto es que la novia era un juego de naipes para el poeta, un juego de espejos que escondían una sombra, la del novio real y viril que vendrá un día a reivindicar el amor jurado.
La había conocido en Villahermosa a finales de 1913, y a partir de ese momento la fue traspasando de la realidad a la ficción, la chica de Tabasco de ojos negros, púber, linda y amable pasó a la magia de la poesía. En ese instante dejó de pisar la tierra y subió a los cielos de la imaginación del poeta, la pasó por sus filtros creativos y la hizo el refugio de su gran proyecto lírico. Con ella viviría varios años, alimentando un verdadero océano de poemas en los que reina la imagen del amor total y el amor no correspondido, en romances, sonetos, elegías, cantos, confesiones, en rimas que se vuelven sonido y color, voz y plasticidad de un poema extenso, inacabado y salvaje como la vida del poeta tabasqueño. No cabe duda de que estamos ante una de las historias más inusitadas de amor en la literatura mexicana del siglo xx, ha comentado Guillermo Sheridan. Y es una puerta abierta a la investigación sobre la poesía pelliceriana.